La despolitización de la memoria histórica del exilio republicano en democracia: excepciones, paradojas y el caso de Jorge Semprún

Resumen

Este artículo interpreta los usos que del pasado republicano español y su exilio hicieron los gobiernos socialistas de Felipe González a través de la cultura y las políticas culturales. Se argumenta que la recuperación de las figuras de intelectuales, incluyendo la concesión de premios y honores, la creación de fundaciones y la promoción de congresos y publicaciones jugó un papel significativo en la construcción simbólica, liderada desde el poder socialista, de una genealogía moderna y europeizante para la España de los años 80, que no alteró de manera significativa la linea marcada por los gobiernos de la UCD en la Transición. Igualmente se demuestra que ese uso necesitaba someter los conceptos, y a las personas, los colectivos o las instituciones que los encarnaban, a un vaciado ideológico, donde monarquía y república o vencedores y vencidos se convertían en términos intercambiables, conceptos post-políticos e ideológicamente maleables. En la semiótica de la Transición y la España de los 80, la figura del intelectual o político exiliado ilustre fue un significante cuyo significado se reducía a un pasado prestigioso que había que capitalizar con la menor intervención posible del individuo portador del signo. Las muestras de agencia política o cultural, con resultados visibles de intervención significativa en el curso de la Transición y la democracia, son muy pocas entre este colectivo, y a analizar una de sus excepciones, la de Jorge Semprún, se dedica la segunda parte del trabajo. Partiendo sobre todo de sus dos libros de memorias escritos en español, Autobiografía de Federico Sánchez y Federico Sánchez se despide de ustedes, se reflexiona sobre la evolución ideológica del autor y su encaje en la evolución de la izquierda hegemónica en la España democrática. El artículo termina señalando la paradoja de cómo la trivialización y visibilización, o la visibilización trivializada de la Segunda República y su exilio que caracterizaron las legislaturas socialistas en los 80 y 90, crearon las condiciones para que surgieran precisamente los antagonismos que acabarían por destruir la hegemonía de este discurso.