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Abstract
Resumen:Reseña de: Escribano-Páez, José M., Juan Rena and the Frontiers of Spanish Empire, 1500-1540, Nueva York, Routledge, 2020, 234 pp., ISBN: 978-0-367-46081-5.
Main Text
Un imperio incipiente. Un hombre que recorre sus fronteras, que negocia, media, aprovisiona, administra e informa. No son sencillos los parámetros en los que se mueve Jose M. Escribano-Páez para demostrar, a través de una figura poliédrica como la del veneciano Juan Rena (1480-1539), que la construcción de la Monarquía Hispánica obedeció tanto a aquello que se dirimía y ventilaba en la corte como a lo que sucedía en sus confines. Rena, un sujeto hasta hace no mucho tiempo oscuro y envuelto en polémicas un tanto extemporáneas por su papel en la conquista de Navarra, es presentado como un personaje fundamental (aunque no principal) para comprender los mecanismos de gestión y configuración de no pocos de los territorios que la Monarquía Hispánica incorporó a sus dominios en los primeros años de la Modernidad. De Andalucía al Magreb, de los Pirineos al Mediterráneo Oriental, la trayectoria vital de Rena le sirve a Escribano-Páez para poner de manifiesto que, frente a ciertas visiones triunfalistas y desfasadas sobre la hegemonía hispana, el mayor reto al que tuvo que enfrentarse la Monarquía a comienzos del siglo XVI no fue tanto el de conquistar como el de desarrollar estrategias que garantizasen el mantenimiento de sus nuevas posesiones y una defensa eficaz.
En el Norte de África, explica Escribano-Páez, detrás de cada campaña militar que fue configurando la expansión española hubo espacio para una diplomacia transcultural y no oficial. Un tipo de práctica que fue ejercido no ya por los individuos del aparato burocrático-administrativo hispano sino por una serie de mercaderes entre los que se pueden citar a Rena. Es así como, a juicio del autor, se fue fraguando un avance en el que la idea de negociación fue utilizada de forma simultánea al empleo de la violencia. De este modo, gracias a la labor de Rena, a la sazón comerciante en la zona, habría sido posible consolidar la presencia hispana en la región a partir de las redes construidas a lo largo de años por el veneciano. El capital social, que para Pierre Bourdieu es convertible en capital económico y que incluso puede ser institucionalizado mediante la cesión de títulos o el hábil uso de los nombramientos políticos, resulta la clave para entender el éxito de estos hombres de crédito y el respeto que se habrían granjeado en los círculos norteafricanos.
Escribano-Páez encuadra, en consecuencia, a Rena en los Go-betweens, esos sujetos a los que la historiografía ha dedicado gran atención en el Mediterráneo a la hora de integrar el norte y el sur, e intuye que, más importante que el conocimiento de la lengua para poder realizar este tipo de funciones, fue el hecho de que compartiesen una cultura política común con el Magreb. La existencia de códigos perfectamente inteligibles para pactar a propósito del sitio de una fortaleza sería un indicio de esa característica que podría llevar a ampliar los límites de unos universos relacionales de mayores dimensiones de lo que hasta la fecha habríamos supuesto.
En este sentido, el reino de Tremecén, junto con las plazas de Orán y Mazalquivir, conquistadas por los españoles en la primera década del siglo XVI, constituye un interesante laboratorio para observar estas dinámicas. Rena fue en ese entorno uno de los muchos individuos que contribuyó a la configuración de las fronteras imperiales a través de actividades cotidianas. Ciertamente, la importancia de los enclaves norteafricanos fue un punto de unión entre aragoneses y castellanos toda vez que garantizaban un contacto más eficaz y seguro entre los territorios italianos y el nodo atlántico sevillano. Pero es quizás más significativo el hecho de que Rena fuese capaz de hacer de Orán un “vibrante bazar” a partir de lo que, en principio y bajo el control del Alcaide de los Donceles, estaba destinado a ser solamente un núcleo militar. Compaginar esas dos facetas fue una labor en la que tuvo mucho que decir Rena, explica Escribano-Páez, fundamentalmente por una inteligente gestión del asiento concedido al Alcaide por el poder real, esto es, el contrato para defender el enclave de Orán y para el que fueron necesarios no pocos recursos económicos y una logística de dimensiones considerables. Rena, requerido por el noble, fue capaz de hacer frente a los desafíos de la defensa al tiempo que mantuvo su propia agenda de contactos y negocios.
Ni que decir tiene que fue con ese bagaje con el que Rena se presentó en Navarra en el año 1512 -de nuevo bajo el Alcaide de los Donceles- para participar en el proceso de incorporación e integración política y social del reino en la Monarquía Hispánica. Para que esa operación pudiese triunfar, considera Escribano-Páez, era necesario conceder un papel preponderante a ese nuevo territorio en el organigrama defensivo de la Monarquía Hispánica -algo que tendrá su lógica en los enfrentamientos hispano-franceses- y reconstruir la cohesión interna de una sociedad golpeada por la conquista. Es por ello por lo que el autor argumenta que la figura de Rena sirve para conocer cómo los procesos de incorporación política y, también, de construcción del llamado Estado moderno fueron perfilados sobre el terreno. Se trataría de un proceso que no depende tanto de las altas esferas como de estratos inferiores y se propugna, así, la idoneidad de un modelo que permite analizar lo sucedido “desde abajo”. La perspectiva, así las cosas, sirve para comprender cómo, por ejemplo, con el paso del tiempo Rena se convirtió también en un aliado de la ciudad de Pamplona cuando negoció con las autoridades imperiales. De este modo, Rena sería alguien que era capaz de preservar los intereses de la comunidad local al tiempo que fomentaba la cohesión en Navarra, y en la Monarquía, hasta el punto de que la imagen de ese territorio como frontera de todo el entramado hispano sería también defendida en otros espacios con gran vehemencia.
Es, pues, ahí donde han de situarse las habilidades políticas de Rena, el cual ya en la década de 1530 será llamado de nuevo al Mediterráneo para organizar y administrar buena parte de los recursos navales de la Monarquía en un espacio que Escribano-Páez identifica con una nueva frontera. Rena se vio inmerso entonces en las campañas que enfrentaron a los españoles contra los turcos y que llevaron a la toma de Koroni y a la destrucción de las fortificaciones de Lepanto. Fue, además, una correa de transmisión entre Andrea Doria, el condottiero genovés y el emperador Carlos V -los dos grandes ejes de esa empresa-, si bien ello le produjo no pocos desencuentros con el primero. Las discrepancias por los botines obtenidos, por los pagos a los soldados y, en definitiva, por cómo usar los recursos financieros, hablan de una capacidad bastante limitada para influir en la configuración de esta frontera naval. A este respecto, el empeño de Rena por querer mantener Koroni (enclave que finalmente es abandonado) ilustra, además, que querer trasladar el viejo modelo de Orán a esa zona del Mediterráneo dominada por los otomanos fue poco más que una entelequia.
Rena, en cualquier caso, aún habría de mantener un papel influyente en el seno de la Monarquía y así fue visible a propósito de la campaña de Túnez de 1535. En ese contexto son de gran importancia las representaciones cartográficas que Rena hace de la ciudad norteafricana pero no tanto por su valor geográfico como político. Al observar sus representaciones -reproducidas en la parte final de la obra-, se puede comprobar que dan cuerpo a un mecanismo que recoge los nombres de los potentados locales, de las familias más influyentes, de los sujetos encargados de defender los baluartes; de ahí que quizás definan las coordenadas no sólo para una conquista militar en sí misma sino para el proceso de negociación que, a la postre, habría de ser necesario en la ciudad. Quizás, explica Escribano-Páez, esa idea de tomar la plaza apoyándose en aliados musulmanes ya no era viable y, en consecuencia, la idea de la frontera de Rena habría dejado de ser factible; pero no deja de ser significativo ese clarividente ejercicio ejecutado por el veneciano.
Aunque no escribió una sola línea sobre la estrategia imperial, Rena tuvo un papel fundamental en la construcción de la frontera imperial gracias a un trabajo diario sobre el terreno, sostiene Escribano-Páez. Y ciertamente la de Rena fue una vida estrechamente ligada a los nuevos espacios vinculados al crecimiento territorial hispano, a la consolidación de un determinado poder político en esos contextos y a sus propios intereses comerciales y relacionales en ese mismo ámbito; pero quizás la idea de frontera que maneja el autor de esta obra, a través de los ojos del veneciano, no deja de ser un dispositivo excesivamente dependiente de un poder que sigue siendo central y en el que, casi siempre, todo está contado fundamentalmente desde el punto de vista de aquellos que o bien forman parte del entramado que da cuerpo a la Monarquía Hispánica o bien aspiran a integrarse en él. No podría ser de otra manera en una obra que analiza con minuciosidad a un individuo concreto como fue Juan Rena. Sin embargo, es precisamente esta circunstancia la que invitaría a acotar la profundidad de un enfoque que es pretendidamente presentado desde la óptica from below en la configuración de los nuevos territorios en los que el veneciano actuó. Resulta obvio que en ellos serían muchos más los individuos que se encontraban “por debajo” de Rena que aquellos que actuarían por encima de él, si se quiere continuar esa lógica.
En consecuencia, es difícil convenir en la idea de que la de Rena era una frontera completamente construida (o ideada) por una serie de individuos modestos que perfilaron el imperio desde la base. Es este, en cualquier caso, un comentario que tiene más de crítica conceptual que de otra cosa pues nada hay que objetar ante la afirmación de que, en la configuración político-espacial de la Monarquía, actuó una variada colectividad. La frontera, no entendida como una precisa demarcación, sino como un espacio en continua evolución, era el ecosistema en el que fenómenos de esa naturaleza tenían lugar, si bien el libro demuestra cómo cabría calibrar bien las características de una estructura plural y diversa. No sólo eran diferentes las características geográficas del norte de África y de Navarra, dos de las realidades por las que transitó Rena, sino que las relaciones humanas a uno y otro lado del confín en ambos espacios no deberían ser estructuradas a partir de unos paradigmas culturales homogéneos toda vez que no siempre podrían ser compartidos con la misma profundidad si se acepta que la proximidad no necesariamente implica contigüidad.
Quizás cabría, con objeto de clarificar esta situación, acotar qué se entiende verdaderamente por frontera y explicar dónde se ubicó esta en cada momento concreto. ¿Es posible a este respecto afirmar que Nápoles era la más importante ciudad de la frontera mediterránea (p. 215)? Mucho se ha escrito sobre los antemurales de la cristiandad y del papel del virreinato partenopeo en las luchas contra los otomanos, pero puede que observar determinadas realidades a partir de ciertos apriorismos cognitivos conduzca a una mirada un tanto incompleta sobre un particular. Como apunta el autor, las fronteras en las que vivió y trabajó Rena fueron de una naturaleza extremamente cambiante y ese es un aspecto que no se debe olvidar. Si el imperio se expandía y cambiaba, también sus fronteras continuaban en movimiento. El libro de Escribano-Páez demuestra esta realidad con absoluta solvencia y lo hace, además, invitando a rastrear trayectorias similares a las de Rena, pese a la singularidad del personaje. Es una tarea ingente, sin duda, pero gracias al itinerario estudiado en esta obra los historiadores dispondrán de nuevos argumentos para hacer frente a ese reto.
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Author
David Martín Marcos