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Crónica del rey Juan II de Castilla. Minoría y primeros años de reinado (1406-1420). Garcia, Michel (edición y estudio), Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 2017, 2 vols. 976 pp. ISBN: 978-84-9012-854-1.
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Escribir acerca de la edición de la primera parte de la crónica del rey Juan II de Castilla que Michel Garcia nos ofreció recientemente, dentro de la colección Textos recuperados de la Universidad de Salamanca, es en buena medida una celebración por un hecho largo tiempo esperado. Como bien pudo señalar no hace demasiado Juan Luis Carriazo Rubio en otra reseña [Medievalismo. Boletín de la Sociedad Española de Estudios Medievales, 29 (2019), pp. 445-448], han pasado casi cien años desde que su abuelo, Juan de Mata Carriazo, empezó a trabajar en el manuscrito de esta crónica conservado en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla y unos treinta desde que el fallecimiento de este ilustre historiador dejó inconcluso su esfuerzo de edición completa de esa primera parte de la narración historiográfica del reinado de Juan II, relativa a los años 1406-1420. Es cierto que ya antes contábamos con un primer estudio de los manuscritos conservados de esta primera parte con edición de una selección de los mismos, a cargo de Donatella Ferro (Venecia, Consiglio Nazionale delle Riserche, 1972). También se disponía, desde 1982, cortesía de la Real Academia de la Historia, de una edición igualmente incompleta del borrador de trabajo en el cual había estado empeñado durante décadas Juan de Mata Carriazo. No obstante, parecía injusto –e injustificable– que el proyecto de edición completa de la que no deja de ser una obra central en el desarrollo de la cronística bajomedieval castellana estuviera destinado a dormir el sueño de los justos.
No es esta, ya pueden comprobarlo los lectores, la primera reseña de esta obra. No es mi intención glosar lo que ya han señalado brillantemente quienes me han antecedido. No obstante, en beneficio de los lectores interesados en la estructura y contenido de la obra y en justo reconocimiento de quienes la han hecho posible, será preciso repasar algunos de los aspectos que previamente han puesto de manifiesto otros comentarios a esta edición de la primera parte de la crónica de Juan II de Castilla. En cualquier caso, permítaseme adelantar que, en acuerdo con Carriazo Rubio y con otras autores y autoras de notas críticas a este trabajo, aparecidas en diversas publicaciones periódicas entre 2019 y 2020 (Covadonga Valdaliso Casanova, José María Monsalvo Antón, Máximo Diago Hernando, Nuria Corral Sánchez, Miguel Ángel Ladero Quesada), por motivos que paso a desarrollar a continuación, sin duda ha merecido la pena esperar.
Así, resulta indiscutible elogiar el admirable esfuerzo de estudio y edición crítica que de esta primera parte de la crónica de Juan II de Castilla ha realizado el profesor francés Michel Garcia. No en vano, Garcia es uno de los mejores conocedores de la cronística bajomedieval castellana y del estudio de la compleja evolución de este género literario historiográfico, como ha demostrado en su dilatada trayectoria investigadora. De ello, trabajos como «Noticias del presente. Memoria del futuro: escribir la historia en Castilla en 1400 y más adelante» [Larrea, Jon Andoni de, y Díaz de Durana, José Ramón (coords.), Memoria e Historia. Utilización política en la Corona de Castilla al final de la Edad Media. Madrid: Sílex, 2010, pp. 15-42] o la edición de la Crónica anónima de Enrique (Madrid, Marcial Pons, 2013) son algunas de sus más recientes y valiosas muestras. Así, la cuidada publicación en dos volúmenes aparecida bajo el sello editorial de la Universidad de Salamanca, es el resultado de un esfuerzo riguroso y dilatado en el tiempo por esclarecer muchas de las incógnitas y enredos acerca del proceso de composición y la múltiple autoría de la crónica regia dedicada a los años de la monarquía de Juan II de Castilla. Contábamos con algunas muestras de ese empeño y sus avances en trabajos cortos aparecidos en distintas revistas y obras colectivas como el citado de 2010 o el artículo dedicado más específicamente a esta primera parte de la crónica en 2014 en Cahiersd’étudeshispaniquesmédiévales[« Le chroniqueur face à sa tâche. À propos de la Première Partie de la Chronique de Jean II de Castille (1406-1420 »), 37 (2014), pp. 89-103]. En cualquier caso, la edición crítica de la parte inicial de la crónica, dedicada a narrar los acontecimientos del reinado entre 1406 y 1420, dentro de la colección Textos recuperados, dirigida desde la casa de estudios salmantina por Pedro M. Cátedra y coordinada por Francisco Bautista, no solo pone en manos de la comunidad investigadora y del público interesado un texto fundamental para el estudio de la Baja Edad Media ibérica. Más todavía, deshace, si no en su totalidad, sí en buena medida, el «nudo gordiano», ilustrado por don Juan de Mata, que atenazaba al que acaso sea el más complejo de los proyectos historiográficos del siglo XV castellano.
Para situar en perspectiva esta cuestión de las distintas iniciativas y fases para la redacción de la crónica regia acerca del reinado de Juan II y sobre la autoría de las mismas conviene, cuando menos, remontarnos a las aportaciones de Juan de Mata Carriazo, Fernando Gómez Redondo, Rafael Beltrán y Richard Kagan desde mediados del siglo XX hasta la pasada década de nuestro siglo XXI. Partiendo de las primeras apreciaciones al respecto de Jerónimo Zurita en tiempos de Felipe II, estos autores aclararon notablemente la confluencia de diversos programas compositivos, al fin compilados de forma selectiva para la versión impresa de 1517 del doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal. Por una parte, un esfuerzo cronístico original en dos partes, ambas de una misma autoría pese a sus diferencias de estructura y estilo, en manos de Álvar García de Santa María, miembro de la influyente estirpe judeoconversa burgalesa de los Leví/Santa María-Cartagena: la primera, relativa a los hechos de los años 1406-1420, esta que ahora ha visto la edición completa; la segunda, tocante a los años 1420-1434, en edición clásica no exenta de problemas a cargo de Antonio Paz y Meliá dentro del codoin en sus volúmenes XCIX y C (Madrid, Imprenta de Rafael Marco y Viñas, 1891, tomo XCIX, de 1420 a 1427, pp. 79-465, y tomo C, de 1427 a 1434, pp. 3-409). Por otro lado, las iniciativas alternativas de Pedro Carrillo de Huete, halconero del rey Juan II, y de Lope de Barrientos, refundiendo la obra del anterior (las dos, en edición de Juan de Mata Carriazo, Madrid, Espasa, 1946; reeditada la Crónica del Halconero con estudio de Rafael Beltrán en 2007). Al fin, una tercera parte referida a los años 1434-1454, que retomaba el proyecto original a partir de materiales diversos: de autoría anónima algunos, otros tomados o derivados de Pedro Carrillo de Huete y Diego de Valera con más o menos certeza, atribuido no con seguridad su compendio a Fernán Pérez de Guzmán. Esta tercera parte, en último término, junto con la reelaboración de los acontecimientos referidos entre 1406-1434, obedece en su forma conocida a la ya citada compilación de la crónica del reinado de Galíndez de Carvajal. Esta, a su vez, obedecía a un programa más ambicioso de ordenación del conjunto de la cronística regia de Castilla encargado por el rey Fernando el Católico, de acuerdo con unos objetivos últimos de exaltación del orden monárquico hispánico vigente a inicios del siglo XVI y en buena medida obra de los Reyes Católicos.
Michel Garcia se hace eco de ello pero también, muy en particular, de los más recientes hallazgos realizados por Francisco Bautista de dos borradores de la segunda parte de la crónica [«Álvar García de Santa María y la escritura de la historia», en Cátedra, Pedro M. (ed.), Modelos intelectuales, nuevos textos y nuevos lectores en el siglo XV: contextos literarios, cortesanos y administrativos: primera entrega. Salamanca, Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas, [2012] 2014, pp. 27-59; «La segunda parte de la Crónica de Juan II. Borradores y texto definitivo», Cahiers d’études hispaniques médiévales, 37 (2014), pp. 105-138; «Historiografía y poder al final de la Edad Media: en torno al oficio de cronista», Studia Historia. Historia Medieval, 33 (2015) pp. 97-117]. Estos permiten clarificar notoriamente el dilema sobre la estructura codicológica y textual de las dos primeras partes de la crónica puesto que el hallazgo de un borrador de prólogo para la segunda de ellas, datado acaso en 1433, esclarecía que Álvar García de Santa María se reconocía como el autor de esta segunda parte, refiriendo su nombramiento como cronista real tras la muerte, en 1420, de un primer cronista cuya identidad no desvelaba. La afirmación de Galíndez de Carvajal acerca de que la primera y segunda parte de la crónica de Juan II se debían a autores diferentes, al revés de lo que propusiera Zurita, quedaba confirmada.
Desde ahí, el trabajo de Garcia a partir de los tres únicos manuscritos del siglo XV y XVI conservados de esa primera parte –el más antiguo, la puesta en limpio de un borrador, del último tercio del siglo XV y base para la edición, conservado en la Biblioteca Nacional de Francia; otro ligeramente posterior y custodiado en la Biblioteca Colombina y que llegó a pertenecer a los reyes Fernando e Isabel; la copia de este último mandada sacar por Jerónimo Zurita y que se encuentra en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia en Madrid– y su contraste con la versión compilada por Galíndez, permite ahondar brillantemente en el proceso de recopilación y selección de informaciones, procedentes de ingente documentación escrita pero fruto también de la experiencia personal de protagonistas y testigos de los acontecimientos, para la posterior puesta por escrito de la crónica en varias fases sucesivas. Así, se pone de manifiesto la complejidad de una labor, esta de la escritura de la Historia en el ámbito de la corte castellana del final de la Edad Media, en gran medida colectiva, la cual implicaba a un importante número de personas en muy diferentes acciones, espacios y momentos. Por supuesto, al cronista pero también, al menos, a los colaboradores de su taller, a oficiales de la cancillería real con acceso a la documentación del archivo central de la Corona y a diferentes testigos directos e indirectos de acontecimientos susceptibles de ser narrados o verificados. Se aprecia así esa intervención colectiva, no obstante jerárquica bajo la dirección del cronista, también en las fases de construcción del relato histórico, desde la definición del esquema estructural de los diversos capítulos a la progresiva redacción y corrección de los mismos. Formas de transmisión oral y escrita de los materiales considerados como historiables son vislumbradas, igual que el papel del cronista como creador de la obra historiográfica, coordinador, enunciador y enjuiciador de ella, pero también como actor de la narración por él construida.
A mi modesto entender, justo por esta vía realiza Michel Garcia su mayor contribución al estudio de la cronística bajomedieval castellana con esta esperada edición de la primera parte de la crónica de Juan II y a deshacer aquel «nudo» del que hablara Carriazo. Un esfuerzo historiográfico que fue concebido como historia del tiempo presente de sus contemporáneos, destinada a fijar una memoria del mismo para la posteridad que solo desde presupuestos y reescrituras casi cien años posteriores logró alcanzar ese propósito. Cinco siglos más tarde estamos en condiciones de contemplar y valorar en qué consistió el proyecto primigenio, más rico y acabado en su fondo y forma para los episodios de los años 1406 a 1416 a pesar de su barroquismo narrativo no siempre fluido desde el punto de vista literario, casi el armazón del mismo desde ese punto a los pasajes de 1420. Garcia incluso arriesga, con toda la prudencia que requiere y la advertencia respecto a los riesgos de ello en la interpretación del texto, una hipótesis de autoría para esta primera parte, apostando por una inteligente solución «coral» para ella que, sin embargo, suscita algunas dudas fundadas. Volveré sobre este asunto más adelante.
Prácticamente 70 de las cerca de 975 páginas a lo largo de las cuales se extiende esta edición sirven para desgranar de forma rigurosa y estimulante el estudio de esta primera parte de la crónica, concebida como obra independiente, y de sus prolijos textos por parte del estudioso francés. La propia edición de los mismos ocupa prácticamente 825 páginas, desde la muerte de Enrique III y la proclamación como nuevo rey del niño Juan II, en el contexto de las Cortes de Toledo de 1406 que preparaban el inicio de la guerra contra Granada, hasta la primera mención en la crónica de Álvaro de Luna en el entorno íntimo del monarca en 1420 –de forma indirecta, eso sí, como sobrino del mayordomo mayor del rey Juan Hurtado de Mendoza–, dentro del conjunto de noticias relativos a los primeros años de gobierno en mayoría de edad de Juan II. Cierran la obra unos materiales inestimables para su cómodo manejo, habida cuenta de la extensión y minuciosidad expositiva acerca de los hechos narrados en esta crónica: los índices onomástico y toponímico, un glosario de términos y la bibliografía final utilizada para la confección de la obra. El contenido y características del estudio en torno a la composición de esta parte de la crónica, su estructura y materiales utilizados, temática y autoría, por un lado, y los criterios adoptados para la transcripción y edición crítica del texto a partir de los manuscritos conservados del mismo, por el otro, dan como resultado un producto que, sin duda, satisfará los intereses así de filólogos como de historiadores en su acercamiento a este relato de género historiográfico. No puede ser menos, teniendo en cuenta el rigor desplegado por Garcia, sin duda, en el abordaje de los aspectos analíticos señalados. Pero también lo es por el rigor –merece la pena insistir en esta cualidad de la investigación desplegada por Garcia– del que hace gala, de una parte, en el respeto a la transmisión de un texto del siglo XV, a sus subdivisiones y a las grafías manejadas con referencia expresa a las variantes al respecto en cada uno de los escritos conservados del mismo. De otra parte, en el comentario del texto con abundante aparato crítico para ayudar en la identificación de personajes y lugares y en la correcta ordenación y contextualización de los acontecimientos que el cronista entendió que eran merecedores de integrarse en la memoria histórica del reino que estaba siendo construida por la monarquía castellana en las obras de este cariz desde, al menos, la Estoria de España de Alfonso X.
No me detendré aquí a exponer detalladamente cuestiones más o menos bien conocidas sobre el contenido del texto cronístico editado, sus temáticas o personajes protagonistas. Baste destacar la posición vehicular en el relato del tío del rey y su regente junto a la reina madre Catalina de Lancaster, el infante Fernando «el de Antequera». Así, las acciones por él protagonizadas en Castilla y más adelante en la Corona de Aragón, a partir de su candidatura y postrero acceso al trono de estos reinos hacen de la obra una crónica doble de ambas monarquías en las dos primeras décadas del siglo XV, haciéndose eco de no pocas informaciones relativas al resto de reinos hispánicos y a sus ámbitos de influencia e interrelación en el Mediterráneo occidental, el norte de África y el Atlántico. Aunque la mayoría de ellas eran referidas en las refundiciones cronísticas posteriores sobre el reinado de Juan II que se basaron en los materiales originales de esta primera parte de la crónica real, la edición presente de Michel Garcia permite comprender mejor el proceso de elaboración y transmisión de dichos textos, además de dar a conocer noticias que habían sido desechadas o reelaboradas a posteriori en aquellas. Valgan como ejemplo de ello el tratamiento que en esta parte de la crónica se hace de la materia relativa al reinado de Fernando I de Aragón entre 1412 y 1416, de los tratos a menudo conflictivos entre castellanos y portugueses consignados entre 1415 y 1420 o del complejo episodio dedicado a la conquista de Canarias, localizados al final del año 1417, por citar solo algunos capítulos y pasajes sobre los que he tenido la ocasión de trabajar más detalladamente. Todos ellos, como se puede comprobar ahora fácilmente a partir de esta edición de Garcia, fueron reescritos, abreviados o directamente ignorados en la versión de la crónica completa del reinado de Juan II que el doctor Galíndez de Carvajal llevó a la prensa de Arnao Guillén de Brocar. Eso sí, de acuerdo con los intereses y preocupaciones de su tiempo presente en el encargo que había recibido de Fernando el Católico.
No quiero cerrar estas reflexiones sin regresar a la cuestión de la autoría de la primera parte de la crónica de Juan II, uno de los cabos principales del enredo mitológico al que ya se ha aludido varias veces y tal vez el que más curiosidad despierte en muchos de los interesados en esta edición. Menos aún tras haber elogiado la propuesta de Michel Garcia y, al tiempo, haberla puesto en tela de juicio, eso sí, de forma parcial. De este modo, el autor francés argumenta más que sólidamente la intervención en la composición de la crónica hasta 1420-1421 de un equipo de trabajo, dirigido por el cronista real y en el cual descollaría la figura de un subalterno directo, ocupado de las principales tareas de redacción. Si muy probablemente así se organizó el taller del que salieron el o los manuscritos primarios de los que derivan los actualmente conservados en París y Sevilla, no parece tan claro coincidir con la propuesta de nombres para ellos: Diego Fernández de Vadillo y un pariente suyo, Álvar García de Vadillo.
Ambos personajes serían de origen andaluz y ligados a la ciudad de Sevilla, formados como personal de la cancillería real castellana y encumbrado el primero como persona de máxima confianza de Fernando de Antequera. Precisamente con el paso de Diego Fernández a la Corona de Aragón al servicio de su señor, Álvar García habría asumido en ausencia de su pariente la coordinación del proyecto cronístico. Sin embargo, las referencias acerca de la vida de estos dos personajes y sus respectivas trayectorias manejadas por Garcia (pp. 69-79) ya evidencian algunas fragilidades en torno a esta hipótesis. Quizás la más importante es que, si la afirmación de Álvar García de Santa María en su borrador de prólogo a la segunda parte de la crónica merece crédito y su antecesor como cronista real falleció en el 14º año de reinado de Juan II, este no debió de ser Diego Fernández de Vadillo. Existen evidencias cronísticas y documentales de que vivió bastante más allá de 1420, como han testimoniado diferentes autores, como Vicente A. Álvarez Palenzuela, Eduardo Aznar Vallejo, M.ª Isabel Montes Romero-Camacho o quien suscribe estas páginas, en diferentes publicaciones desde, al menos, 2014. Es más, basándose en documentación del concejo sevillano y en los datos aportados por Santiago González Sánchez [La Corona de Castilla: vida política (1406-1420), acontecimientos, tendencias y estructuras, (Tesis doctoral), Universidad Complutense, 2010], el propio Garcia menciona que Diego de Vadillo seguía vivo en 1424 y 1432 (pp. 71-72). Las contradicciones e incógnitas en cuanto a la procedencia y trayectoria de Diego Fernández y Álvar García de Vadillo y su posible relación con Álvar García de Santa María y el proyecto de la crónica real del reinado de Juan II exigirían una argumentación más extensa y documentada, la cual espero poder completar más pronto que tarde. En cualquier caso, parece fundado que la ligadura que atenaza el «nudo gordiano» de la crónica por lo que toca a su autoría, aun partiendo, de unas premisas de partida correctas respecto a su proximidad a la clientela de Fernando de Antequera y los Trastámara aragoneses, su conexión con el ámbito hispalense o la implicación de diversos individuos con notable protagonismo y autonomía dentro del taller en el que se fraguaba la crónica, aún requerirá muchos esfuerzos hasta que sea desatada, si no cortada de parte a parte.
Este hecho no desmerece, ni mucho menos, el logro científico coronado por Michel Garcia. A través del recorrido que he decidido seguir en el comentario de la obra editada, sin duda personal y condicionado por mi propia experiencia investigadora –de la cual esta crónica de Juan II ha sido una de sus más continuas compañeras–, he querido dar cuenta de la enormidad del trabajo culminado por Garcia con una edición largamente esperada y de su inestimable utilidad presente y futura en el campo de los estudios históricos y filológicos. Múltiples preguntas aún sin respuesta quedan planteadas por el agudo estudio crítico del francés. De nuevo, desde una óptica personal, entre otras, la posible circulación de manuscritos de la crónica en el entorno catalano-aragonés trastámara entre la Península Ibérica e Italia, pensando en las posibles fuentes de Lorenzo Valla para sus Historiarum Ferdinandi regis Aragoniae libri tres, redactadas desde 1445 en Nápoles –que ya preocuparon entre otros a Robert B. Tate, Ottavio Besomi o Santiago López Moreda– o en el origen del manuscrito de la crónica entregado por un caballero aragonés a Fernando el Católico que terminó llegando hasta la Biblioteca Colombina y la inquietud de Juan de Mata Carriazo por la cronística hispánica.
La aparición de la edición de Michel Garcia, una alegría y un estímulo para tantas y tantos medievalistas entre los que humildemente me puedo contar, por motivos intelectuales y sentimentales profundos y justificados, seguro habrían hecho sentir muy satisfecho a don Juan de Mata. Ojalá uno de los próximos jalones en esa indagación sobre la escritura de la Historia en el Medievo ibérico pueda ponerlo la continuación del trabajo de Francisco Bautista con la segunda parte de esta crónica de Juan II de Alvar García de Santa María y su hoy ya inexcusable edición crítica. A la espera de ello, solo se puede volver a felicitar a Michel Garcia y a los responsables de la colección Textos recuperados del sello editorial de la Universidad de Salamanca por esta joya historiográfica y literaria.
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Author
Víctor Muñoz Gómez