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La historiografía y su valor para la caracterización del objeto:
Abstract
Resumen:Este texto reivindica el valor de los estudios historiográficos de temática arqueológica para caracterizar y conocer de una manera más aproximada y fidedigna a un objeto de estudio en particular. Toda categoría creada para ordenar nuestras evidencias, véase una tipología cerámica, tiene tras de sí un bagaje en la construcción de su conocimiento y a menudo remontarse a su propia historia de la investigación es el mejor mecanismo para avanzar en su correcta caracterización. El objetivo de este estudio es el de abordar el complejo proceso de determinación de uno de los cuatro tipos de cerámicas fabricadas por las poblaciones de la cultura íbera de la Edad del Hierro (s. VI-I a.C.) en la Península Ibérica, las producciones íberas grises a torno. Estas cerámicas fueron objeto de discusión, sobre todo en lo relativo a su origen, desde el mismo inicio de los estudios sobre la cultura íbera y, por el contrario, hasta fechas relativamente recientes no han sido definidas en detalle desde el punto de vista tecnológico, tipológico y funcional. Ello fue posible gracias a la superación del debate de su origen pudiéndose avanzar así en su definición.
Main Text
1. INTRODUCCIÓN: EL VALOR DE LA HISTORIOGRAFÍA A TRAVÉS DE UN CASO PARTICULAR
Desde hace dos décadas, los estudios de historiografía arqueológica han proliferado dejando atrás años de ausencia prácticamente total. En la línea que otros autores presentan (Blánquez et al. 2002: 61), entendemos que es necesario reflexionar sobre los pasos que se dieron para configurar el corpus de datos que permitieron definir una cultura arqueológica determinada. Recorriendo de nuevo los itinerarios que llevaron a la configuración de una cultura podemos comprenderla de manera más acertada (Alvar 1993: 153), sobre todo teniendo en cuenta que la arqueología siempre se ha visto mediatizada por los cambios sociales generales y que ha sido un instrumento más al servicio del gobernante, incluso desde el siglo XVIII, en la época de su incipiente estado como disciplina (Mora y Díaz-Andreu 1995: 25-27).
Por otro lado, en nuestro caso particular, a partir del estudio historiográfico de la creación de la categoría «cerámicas ibéricas», pretendemos comprobar una hipótesis: que el deficiente conocimiento que se tiene de la cerámica íbera gris, a partir de ahora IBG, y el estado actual de su catalogación, colecciones y la escasa literatura científica que ha generado, se debe, en gran parte, a una errónea caracterización desde el inicio de la configuración historiográfica de la cultura ibérica y por ende de su cultura material. Hay que precisar que entendemos que estas aseveraciones respecto a estas cerámicas, como es el deficiente conocimiento o la escasa base bibliográfica, lo establecemos siempre en comparación con la atención prestada a otros tipos coetáneos como la cerámica ibérica pintada o las cerámicas de importación.
Para marcar las diferentes fases historiográficas en las que podemos encuadrar la producción científica relativa a los productos alfareros íberos, seguimos esquemas cronológicos ya desarrollados en otros trabajos, en particular el adoptado en un excelente artículo sobre la historiografía de la Carpetania publicado en 2005 por J. De Torres Rodríguez. Este autor marca dos grandes fases, precientífica y científica, en el devenir de los estudios arqueológicos que a su vez recogen seis subfases, como posteriormente veremos.
El trayecto historiográfico y las vicisitudes, debates y problemáticas por las que atravesaron las cerámicas íberas, bien la pintada, de barniz rojo o de cocina, son aspectos equiparables al desarrollo de los estudios de nuestro objeto de estudio, la IBG. La gran diferencia estriba en que la cantidad de información y trabajos monográficos suscitados, sobre todo por el primer tipo respecto al resto, redunda en un conocimiento muy diferencial entre estos tipos de cerámicas, conociéndose muy en detalle sobre todo los dos primeros tipos, pero sabiéndose relativamente poco de las cerámicas grises a torno.
2. HISTORIOGRAFÍA Y FASES EN EL CONOCIMIENTO DE LA CERÁMICA IBG
2.1. PRIMERA FASE: INTERPRETACIONES HISTORICISTAS-DIFUSIONISTAS
2.1.1. Etapa Anticuarista: 1890-1915
Es un período que se caracteriza por el gusto de coleccionar piezas vistosas, desechando especies sin decorar o menos ornamentadas. Las cerámicas grises a torno íberas pasan completamente inadvertidas. Son catalogadas como especies groseras y según se desprende del análisis de algunos trabajos (Puig i Cadafalch 1908: 150-194) ni siquiera se recogen para su estudio. Cazurro y Gandía (1913-1914: 657-686), tampoco las estudian en sus artículos sobre la estratigrafía de Ampurias, a pesar de la apreciable cantidad de ellas que tuvieron que exhumar. Sí comentan que, en un corte abierto cerca del límite de la muralla romana, en el estrato segundo, aparece «barro negro alisado de apariencia prehistórica» (Ibidem: 657). En numerosas ocasiones en los inventarios se suele confundir con cerámica a mano. Sin embargo, algunas noticias que han pasado casi inadvertidas empiezan a dar cuenta de la rareza de algunas cerámicas que denominan como «lisas» para diferenciarlas de las ibéricas pintadas. Hemos hallado una noticia de 1907, publicada al año siguiente, aunque a buen seguro habrá más, que expone la singularidad de algunas cerámicas que halladas en niveles íberos eran grises y parecían estar decoradas con pintura blanca o directamente no decoradas. En el Anuari de l´Institut d´Estudis Catalans de ese año, en la sección «Crónica Arqueológica» (Sagarra 1908: 465-491), se reseñan los trabajos de Ferran Sagarra i Siscar en Puig Castellar, en Santa Coloma de Gramanet (Ibidem: 471-473).
De los comentarios se desprende que se encuentran atónitos pues es la primera vez que constatan cerámica griega, que fechan en el IV a.C., mezclada con cerámica fina reductora y, sin embargo, no encuentran la típica cerámica oxidante pintada. Comparan los materiales con otros exhumados pocos años antes por Rubio de la Serna en la necrópolis de Cabrera de Mataró, lugar vecino y contemporáneo –«todo lo más un cuarto de siglo posterior» (Ibidem: 472), especifican. El Sr. Rubio de la Serna no recordaba el haber hallado cerámica oxidante pintada, pero si publica tres vasos reductores que el cronista del Anuari describe como «de pátina gris reluciente, con dibujos rallados llenos de un esmalte blanquecino»–creyendo, por nuestra parte, que lo que en realidad encontraron eran IBG junto con la llamada cerámica indiketa gris con pintura blanca, de la que posteriormente hablaremos. El resto son vasos grises, idénticos a los de Puig Castellar. La incredulidad del cronista es palpable en sus explicaciones: serían de una necrópolis anterior y por lo tanto los materiales estarían mal contextualizados y no corresponderían al siglo IV a.C. en el que data las cerámicas griegas. Por otro lado, cree que los dibujos de Rubio de la Serna son parcos, reclama fotografías, e insta a Sagarra a que revise sus trabajos en
Puig Castellar. Indica que en el inicio de la excavación de la vertiente N, aparecen cerámicas áticas de figuras blancas (finales del siglo VI-V a.C.). Finalmente fue caracterizado como un poblado íbero, habitado desde inicios del V al II a.C. (Clavell et al. 2008: 3-5). Es un ejemplo ilustrativo que argumenta el desfase original de los estudios de las vajillas grises a torno respecto a la única cerámica que se tenía como ibérica en la época, la ibérica pintada, que en estos años ya era un objeto de estudio de atención preferente. Contrasta con la parquedad y el recelo con el que trataban al resto de producciones, aspecto compresible por el desconocimiento del resto de tipos cerámicos íberos.
Así, sobre esta etapa concluimos que el desconocimiento, la ausencia de una meticulosa contextualización estratigráfica, unido a que las especies encontradas eran catalogadas como anteriores al momento en el que centraban su atención, propició un casi absoluto silencio historiográfico.
2.1.2. Etapa normativista: 1915-1959
Las colecciones de materiales arqueológicos empiezan a ser estudiadas con un mayor rigor, aunque todavía mediante parámetros alejados de los propios de las etapas científicas de la investigación. En esta fase, los yacimientos catalanes en los que era evidente el predominio de cerámica reductora a torno no podían pasar desapercibidos para un investigador, P. Bosch Gimpera (1915-1920: 593-598), que tenía como meta prioritaria desentrañar el origen de la cultura íbera, objetivo que a principios del siglo XX era equivalente a conocer el origen de su cultura material. Comparando enclaves catalanes cercanos a Barcelona y su zona costera con otros del interior, observa las acusadas diferencias entre los porcentajes de oxidantes y reductoras, siendo las últimas mayoritarias, a veces exclusivas, en yacimientos litorales y prelitorales. Crea la denominación de cerámica gris de la costa catalana y la incluye dentro de las alfarerías protohistóricas (Roos 1982: 45). Las interpretaciones oscilan entre relacionarlas con el mundo griego o con el centroeuropeo y la cultura de Hallstatt –(Castillo 1943), pero siempre con timidez, no ahondando de manera particular en su origen.
Al final del periodo se produce un hecho significativo: Almagro Basch comienza sus trabajos en Ampurias en la década de los cuarenta; publica un avance (Almagro Basch 1940) que posteriormente sintetiza en un artículo centrado en un análisis comparado de su patrón estratigráfico y el de las intervenciones de inicios de siglo (Almagro Basch 1947). Debido a la abundancia de producciones grises a torno, presta atención a nuestro objeto de estudio, consciente de que difícilmente se podría cerrar el debate acerca del origen de las cerámicas íberas excluyendo las vajillas reductoras a torno.
Le eran conocidas por sus trabajos de juventud en el Golfo de Lyon (Vallejo 2005: 1151). Ya las denomina cerámicas grises ampuritanas (Ibidem: 185-187) oponiéndose al calificativo de grises de la costa catalana, aduciendo que muchos de los ejemplares agrupados bajo este último nombre, son grises ampuritanas. Almagro, desarrolla sus argumentaciones en un trabajo monográfico en el que expone que su origen estaría en Asia Menor, en torno al X a.C. y que serían llevadas al Mediterráneo occidental por los foceos en el VII a.C., produciéndose en Emporion posteriormente desde el siglo VI a.C.
En la zona central de la Meseta Sur, son muy escasos los trabajos que tratan nuestro objeto de estudio, concretamente, en la zona de Albacete se realizaron ciertas aproximaciones de la mano de Sánchez Jiménez (1943), tanto en la Hoya de Santa Ana (Chinchilla) como en el Llano de la Consolación (Montealegre). En estos trabajos se describen las cerámicas grises, pero sin entrar en detalle en cuestiones relativas a su origen.
Como ejemplo representativo hemos estudiado la recopilación de Fernández Avilés (1953: 195-217), sobre los trabajos en el último yacimiento mencionado. Analiza los resultados de las intervenciones desde 1891 a 1946 y hace menciones como el hallazgo «(…)varías urnas más, algunas de barro pintado y barnizado de negro finísimo (…), que fueron desechadas por su mala conservación (…)» haciéndose eco de las informaciones trasmitidas por J. Zuazo en 1916 (Fernández Avilés 1953: 203-204).
También menciona «(…)un tazón de barro gris claro muy fino (…)» (Ibidem: 207). El autor hace un repaso por referencias antiguas y adopta su terminología. Aun así, sirve a nuestro propósito que es el de comprobar lo parco de las descripciones cuando se da noticia de la exhumación de especímenes fuera de lo común para la época, primando el análisis de las griegas, la cerámica ibérica oxidante, campanienses o Terra sigillata, desestimando otras producciones que aparecían sin lugar a duda, como se desprende del análisis de la información gráfica, como vemos en esta fotografía que lleva por título: «Piezas descubiertas por J. Zuazo de 1914 a 1936. Objetos de cerámica, también desaparecidos» (Ibidem: 217).
2.1.3. Etapa particularista-historicista completamente desarrollada, 1960-1969
Tras las interpretaciones de M. Almagro, hay unos años en los que el debate parece cerrado, aceptándose de manera casi unánime las evidencias aportadas respecto a origen y cronología. Solamente se publican hallazgos de cierta vistosidad al localizarse vajillas grises a torno decoradas con pintura blanca (Oliva 1962; Kukahn 1964).
Debemos hacer referencia al ámbito extrapeninsular, pues durante esta década investigadores franceses como Villard (1960) o Benoit (1965) estudian el repertorio de cerámicas griegas de las costas francesas e incluyen en ellas las producciones grises, haciendo incluso referencia a las manufacturas ampurdanesas, para ellos de incuestionable origen griego, que datan en el siglo VI a.C. Es probable que el auge en las investigaciones de estos tipos cerámicos al norte de los Pirineos influyera en la investigación española pues a finales de la década se produce un gran incremento en los estudios y sobre todo en la importancia que se les confiere (Almagro Gorbea 1969; Aranegui 1969; Maluquer de Motes 1969). La conclusión a la que se llega es que en la Península Ibérica tuvo necesariamente que haber existido dos influencias que propiciaran la introducción de la técnica del torno para producir series reductoras de vajillas. Por parte de Aranegui (1969) se empiezan a marcar, a grandes rasgos, las cuatro grandes zonas en las que se aprecian características diferentes en las formas, decoraciones o tratamientos de superficie. Almagro Gorbea (1969: 127-133) a partir de sus trabajos en la necrópolis de las Madrigueras (Carrascosa, Cuenca), aprecia que ciertas cerámicas grises a torno aparecen ya a inicios del VII a.C. y por lo tanto deben derivarse de un foco de innovación diferente al ampuritano. Es el inicio de la caracterización de lo que luego se denominarían cerámicas grises orientalizantes.
2.2. SEGUNDA FASE: CIENTÍFICA Y AUTONOMISTA
2.2.1. Etapa de transición hacía nuevas interpretaciones, 1969-1975
En esta etapa se publican las primeras aproximaciones de conjunto a la tipología de nuestro objeto de estudio (Aranegui 1975), pero siempre desde análisis parciales centrados en yacimientos concretos o ámbitos como el valenciano. En estos momentos, más que de cerámica gris como término unitario, se tiende a hablar de cerámicas grises pues después de analizar los registros catalanes, valencianos o andaluces, se perfilan zonas diferenciadas con influencias propias a la hora de fabricar las cerámicas, haciéndose necesario delimitar qué se entiende por cerámica gris en cada ámbito, su inserción en la secuencia cronológica de cada lugar y de qué manera puede ser sintomática de las relaciones culturales de cada área en discusión.
Por su parte, desde mediados del siglo XX, de la misma manera, en algunos estudios distinguimos IBG o grises orientalizantes entre el material gráfico, pero no se estudian. Es el caso del yacimiento de El Macalón (Nerpio, Albacete) en el que se encuentran ejemplares de grises de tradición orientalizante junto con cerámicas de barniz rojo, (García Guinea 1960: lám. LXVIII, 2 y García Guinea y San Miguel 1964, fig. 9, 85).
En el origen de las referencias concretas debemos volver a mencionar a Almagro Gorbea (1969: 127-133), que por primera vez trata de manera individualizada y dedica un capítulo en su memoria sobre las excavaciones de la necrópolis de las Madrigueras (Carrascosa del Campo, Cuenca) a las cerámicas grises, aunque no redundaremos en su contribución a la problemática del origen. Dice: (…) «Este grupo de cerámicas posee un indudable interés por la alta proporción en que aparece en nuestro yacimiento, 30 piezas aproximadamente, y sobre todo por representar un tipo de cerámica cuya importancia creemos que no ha sido hasta ahora suficientemente valorada, como se merece.» (Ibidem: 127). Por consiguiente, apreciamos que una treintena de cerámicas son la base inicial de los estudios de este tipo alfarero en nuestro ámbito. Aparecieron en un contexto sobre el que se superponen influencias mediterráneas –cerámicas griegas de figuras rojas y también precampanienses– junto con materiales indígenas como otros vasos bitroncocónicos grises y platos en forma de borde saliente en ala o recto o reentrante a veces con dos agujeros de suspensión, es decir, escudillas. Habría muchas más, pero ni se registran ni se depositan a la postre en el Museo Provincial de Cuenca.
2.2.2. Primera etapa científica plena, de 1975-1995
En este momento, se toma conciencia de que, dependiendo de las zonas o de la cronología, términos reduccionistas como grises ampuritanas o grises de la costa catalana, no incluyen la diversidad observada para el concepto general de cerámicas reductoras a torno. Calificativos como grises estampillados (Cura 1971 y 1975), grises antiguas o monocromas (Aranegui 1975: 334) proliferan en la bibliografía, aunque el calificativo ampuritano sigue designando a ciertas producciones vinculadas con los contactos coloniales, incluyéndose las islas, como el caso de Ibiza (Fernández Miranda 1976).
Las áreas de estudio se diversifican y pasan de centrarse casi prioritariamente en las regiones litorales levantinas a extenderse por Andalucía (Belén 1976; Roos 1982). Se establece que se han de diferenciar las producciones directamente procedentes del comercio o imitación de modelos griegos (ampuritanas, gris antigua), de las fabricaciones indígenas (gris orientalizante, gris con pintura blanca o ibérica gris a torno) independientemente de que en las teorías sobre su origen se les confiera más protagonismo bien a las poblaciones autóctonas o bien a los alfareros orientales, como explicaremos en el siguiente epígrafe en la definición de la cerámica gris orientalizante.
A partir de 1980, ya se especifican los diversos tipos de cerámicas que se pueden definir como de esta cultura: las pintadas oxidantes o comunes (IBC), las producciones de barniz rojo (IBR), las ibéricas grises a torno (IBG) y las destinadas a la cocina, bien a mano o torneadas (Tarradell y Sanmartí 1980). Preferimos esta clasificación a la publicada en la posterior obra de A. Ruiz y M. Molinos (1993) que distingue entre cerámica de barniz rojo, cerámica gris, cerámica polícroma y cerámica ibérica. A nuestro juicio disociar la cerámica pintada o polícroma de la «ibérica» siendo ambos tipos elaborados a partir de tecnología oxidante y distinguiéndose solamente según tenga o no decoración es confuso debido a que la otra categoría, cerámica gris, se establece en función precisamente de su tecnología de cocción. Por ello seguimos la nomenclatura de Tarradell y Sanmartí (1980).
Este último estudio citado es el inicio de un tratamiento en plano de igualdad. La bibliografía suscitada por el primer tipo siempre fue más abundante –y siempre lo será. En los estudios íberos ha sido un útil fundamental para caracterizar a estas poblaciones, y como vimos, su investigación es una tradición bien cimentada ya desde el siglo XIX, siendo además la especie más abundante e incluso vistosa. Sin embargo, la definición de los diversos tipos de producciones hace que en los siguientes años al elaborarse las tipologías todavía en uso, se incluyan sus formas sin discriminaciones (González Prats 1983); (Pereira 1988 y 1989); (Mata y Bonet 1992) unidas en igualdad de condiciones a los registros de los restantes tipos. Esta mayor atención se aprecia en el estudio diferenciado de estas vajillas en estudios monográficos de yacimientos como el Puntal, en Alicante, (Trelis y Hernández 1993: 231-237) o los Villares, Caudete, Valencia, (Mata 1991). Incluso, en esta fase se llevan a cabo investigaciones que concluyen en la lectura de tesis doctorales monográficas, bien sobre las alfarerías grises orientalizantes (Caro 1986), las catalanas de la zona indiketa (Pujol 1988 y 1989) o sobre las cerámicas de cocción reductora, tanto a mano como torneadas, de la zona del Alto Guadalquivir (Rísquez 1992).
Muchas obras posteriores que resumen las intervenciones arqueológicas en múltiples yacimientos las mencionan, pero no las estudian (Sierra 1981; Maderuelo y Pastor 1981) y no sería hasta mediados de los ochenta cuando volvamos a contar con publicaciones monográficas. En la publicación de P. Mena (1985), sobre las cerámicas de la Edad del Hierro de Cuenca, se analizan las grises orientalizantes y las IBG de enclaves conquenses como El Navazo (La Hinojosa), Buenache y Olmedilla (Alarcón) y de nuevo Las Madrigueras, posicionándose a favor de los postulados de Almagro, principal referencia de las teorías al uso sobre la definición de estas manufacturas para el espacio meseteño. Sin embargo, el progreso teórico-metodológico es sucinto puesto que en la citada monografía de Las Madrigueras al autor expone que no pretende elaborar una tipología pero que ello sería algo necesario y urgente tanto para las cerámicas íberas comunes como para las grises (Almagro Gorbea 1969: 95). Posteriormente, dieciséis años después P. Mena (1985: 126), sigue opinando que se hace imprescindible un repaso al estado de la cuestión sobre la cerámica gris de la Meseta Sur, aunque no lo hace, procurándonos este dato una ajustada idea de lo desapercibidas que seguían pasaron estas producciones.
En los últimos cuarenta años, última fase, no faltan memorias de excavación en las que ya se estudian, o al menos se incluyen en su inventario de materiales, como en la Motilla de los Palacios de Almagro (Fernández y Fonseca 1985: 257-275), El Amarejo de Bonete, Albacete (Broncano y Blánquez 1985), o el Cerro de las Nieves, Pedro Muñoz, (Fernández Martínez 1988: 359-369) por citar algunos ejemplos.
2.2.3. Segunda etapa científica plena, mediados de los noventa hasta la actualidad
En estos años, ese auge que parece iniciarse a finales de los setenta declina hacía mediados de los noventa del siglo XX. La producción científica tan solo mantiene un aceptable volumen de publicaciones en lo que se denomina gris orientalizante, atañendo sobre todo a la procedente de las zonas púnicas. Aparte de la tesis mencionada de Caro (1986) y del resumen que de ella publica (1989), se suceden estudios sobre yacimientos concretos como Medellín (Lorrio 1988- 1989), el Cigarralejo (Cuadrado 1989) o diversos enclaves sevillanos (Mancebo etal.1992; Mancebo 1993, 1994 a y 1994 b), Jaén (Molinos etal.1994) y aproximaciones a territorios más amplios y a sus decoraciones (Vallejo 1998, 2000, 2005 y 2016).
En la zona de la Meseta se ha mostrado cierto interés en estas producciones, sobre todo en comparación con otras áreas geográficas y por ello podemos trazar un breve análisis a partir de las publicaciones dedicadas a este ámbito. El primer estudio monográfico se debe a Hornero del Castillo (1990: 171-205) y trata de manera integral un conjunto amplio de cerámicas del santuario del Cerro de los Santos (Montealegre, Albacete). Tras una adecuada introducción historiográfica, analiza 719 piezas de las campañas de los años sesenta, piezas que lamentablemente no contaban con un contexto estratigráfico definido.
Reseñable es la aportación procedente de las publicaciones de los resultados de las excavaciones en La Bienvenida (Fernández Ochoa et al. 1994). En la memoria se estudian las IBG, aportando incluso la tipología de formas más habituales y su relación porcentual respecto a otros tipos. Es uno de los trabajos más útiles para poder conocer bibliográficamente este tipo de productos para el ámbito meseteño desde finales del VIII hasta el siglo I d.C.
Desde esta fecha, aparte de referencias en estudios parciales o algún informe de excavación, hasta 2001 no se vuelve a tratar el tema de manera particular. Hevia y Esteban (2001: 83-103) publican un trabajo sobre la IBG de Villanueva de la Fuente, Ciudad Real. Analizan 153 fragmentos, identificando cuatro formas y un par de variantes. Debido a su procedencia dentro del yacimiento, zona Callejón del Aire, son mayoritariamente encuadrables en el período ibérico final.
Especialmente interesante es la aportación de M.L. Sánchez Gómez (2002) que dedica al estudio de la IBG del Cerro de los Santos, buena parte de su Memoria de Licenciatura (Ibidem: 106-136). Utiliza la tipología de Mata y Bonet (1992: 117-173) y en resumen, concluye que en este santuario se registran siete conjuntos tipológicos diferenciados: vasos caliciformes, botellas, tinajillas, lebes, orzas, platos y tapaderas. Es una colección de casi 300 cerámicas –como NME– que representarían casi el 50% del total de las formas cerámicas del yacimiento, planteándose así la importancia de la IBG en ambientes de culto, al menos para este caso particular.
En el año 2008 se definió la última variante de este tipo de cerámica. Es la conocida como cerámica gris republicana, siendo una producción tardía que imita modelos itálicos (Adroher y Cabellero, 2008; 2010) y que definiremos en detalle posteriormente. En 2009 se publicaron dos estudios de gran interés como es el caso de una aportación referida a una zona poco estudiada en relación con estas cerámicas, concretamente la provincia de Huesca (Maestro et al. 2009: 119-154) y sobre todo el estudio «La cerámica gris orientalizante entre tradición e innovación: El caso de Ronda la Vieja (Acinipo)», de Claudia Sanna, que sigue la línea ya propuesta por otros autores en la cual se analiza el origen de esta cerámica como una mezcla de características tradicionales a la que se le van sumando nuevas técnicas de elaboración.
Tras algunos años en los cuales las publicaciones respecto a las cerámicas grises han ido descendiendo, en 2022 se ha realizado un estudio monográfico que analiza y caracteriza cerca de 1500 cerámicas íberas grises del gran poblado del Cerro de las Cabezas (Valdepeñas, Ciudad Real), en relación con las de otros yacimientos coetáneos (Rodríguez, e.p.). Sin entrar en excesivos detalles, se recogen hasta veintitrés tipologías distintas (destacando por un lado la vajilla de mesa, pero también otras formas como ánforas, tinajas, botellas, jarros o caliciformes entre otras) siempre teniendo en cuenta que esta aparente diversidad se relativiza al examinar los porcentajes de cada una de ellas, pues hasta el 95% son formas del grupo funcional III, servicio de mesa, siendo la inmensa mayoría platos de distintas variedades.
3. LA DEFINICIÓN DE LO INDEFINIDO: LAS ONCE INTERPRETACIONES DE LAS CERÁMICAS A TORNO GRISES
Aranegui (1975: 333-379), ya explicaba que es complicado aglutinar bajo una sola acepción todo el conjunto de cerámica gris a torno. Se observan diferencias dependiendo de la zona de estudio que responderían a tradiciones heterogéneas e influencias distintas que les confieren características diferenciadoras. Por ello, cree necesarios estudios particulares en cada ámbito geográfico. La idea era sugestiva pero la problemática surge al aplicar diferentes denominaciones no siempre esclarecedoras (Ibidem: 333-335). Por su parte, Bonet y Mata (2008: 148), exponen que la mayoritaria presencia de la cerámica pintada oxidante o IBC en los yacimientos íberos ha propiciado la escasa atención prestada a los restantes tipos. Si advierten que bajo la definición de estas cerámicas –según sus atributos generales de cocción reductora, a torno y pastas alisadas– se han incluido un gran número de variedades no siempre equivalentes.
Para intentar clarificar este complejo panorama, desarrollaremos a continuación de manera sintética las características principales de cada grupo definido de cerámicas reductoras a torno a lo largo sus fases historiográficas de estudio, a saber:
1.- Cerámicas grises de la costa catalana. Se definen como cerámicas reductoras u oxidantes a torno de producción indígena, de buena calidad (bien cocida, paredes finas y arcilla bien depurada y tratada para la cocción). Las realizadas en ambiente reductor reciben el nombre de cerámica gris de la costa catalana, apelativo creado por P. Bosch Gimpera (1915-1920: 593-598). Es una cerámica que llamó mucho la atención pues superan en número a las cerámicas oxidantes en los poblados ibéricos barceloneses y de las cuencas del Llobregat y Cardener, aspecto que no apreciado en ninguna otra zona íbera peninsular (Roos 1982: 45). A pesar de la constatación de este hecho, no se realizó un estudio integral de ellas hasta décadas después. Se producen desde finales del V interrumpidamente hasta finales del I siglo a.C. (Rodríguez Villaba 2003: 7).
En estas fechas, ya se ha superado el debate que las ubicaba en el primer cuarto del siglo IV a.C., debido a que en excavaciones realizadas en l’illa d’en Reixac (Ullastret) ya se encuentran coexistiendo con la cerámica gris monocroma, mayoritariamente también de fabricación local, adscrita a contextos del final del siglo V a.C. (Barberà 1985: 117).
Según los estudios publicados, es probable que se comiencen a fabricar para llenar el vacío dejado por la ausencia de importaciones áticas (Balsera 2005: 300). Continuaría la tradición de fabricar cerámicas reductoras ya iniciada con las monocromas (Pons 2002: 293). Sin embargo, en esta apreciación, se observan evidentes contradicciones. Por un lado, se especifica que son las cerámicas protocampanienses las que llenan el vacío de las áticas (Balsera 2005: 285), por otra parte, se comienzan a fabricar a finales del siglo V a.C. coincidiendo con la entrada de la Península Ibérica en la esfera comercial ya no focea sino ateniense, que vuelve a inundar los poblados ibéricos de cerámica griega. Por último, cabría preguntarse por la necesidad de esta cerámica gris de la costa catalana puesto que la llamada gris monocroma, con la que convive, cumple con idéntica funcionalidad (Vajilla, servicio de mesa y pequeños contenedores domésticos) y además es tecnológicamente idéntica. Las principales diferencias entre una y otra es que la gris de la costa catalana cuenta con más formas, por ejemplo las profusas jarras bicónicas, y que además suele estar decorada con molduras, botones y acanaladuras, ya presentes desde el origen de su producción (Rodríguez Villalba 2003: 31), aspecto que las diferencia de las monocromas, que no presentan decoración, predominando así en la definición y diferenciación grises de la costa catalana- gris monocroma, tan solo el criterio ausencia-presencia de decoraciones.
2.- Cerámica gris del Asia Menor. Categoría creada en 1933 por P. Jacobsthal y E. Neuffer en su estudio sobre la Provenza (1933: 1-64), para denominar a unas cerámicas reductoras a torno que según los autores serían exportadas desde el Mediterráneo oriental a Massalia (Almagro Gorbea 1969: 127). Se fechaban entre el VIII y V a.C. siendo imitadas y adaptadas por los alfareros orientales de las colonias occidentales, pasando a denominarse, en este caso, grises focenses. En España, serían el precedente de las cerámicas grises ampuritanas (Almagro Basch 1949: 62).
3.- Cerámicas grises focenses. Producciones aparecidas en enclaves del sur de la Provenza o el Languedoc francés. Para algunos son equivalentes a las anteriores, pero los autores franceses prefirieron denominarlas así obviando el calificativo más antiguo y ya explicado de «grises del Asia Menor». Para otros, las focenses serían las imitaciones occidentales de las grises del Asia Menor (Roos 1982: 44). Igualmente fueron denominadas indistintamente «grises focenses», «grises ionio- foceas» o «grises eolias» (Py 1993: 445) o «bucchero gris jonio» (Roos 1982: 44), siendo posteriormente agrupadas bajo la común denominación de «cerámicas grises monocromas» (Arcelin-Pradelle etal.1982; Arcelin-Pradelle 1984), muchas de ellas decoradas con ondas realizadas a peine. Actualmente, en estudios más recientes, se prefiere el calificativo exclusivo de «monocromas» para obviar términos como «focenses» que las catalogan como productos importados, pues se comprobó que la mayoría fueron realizadas en la zona y además no se puede distinguir si fueron fabricadas por orientales o indígenas (Py 1993: 445).
En la Península Ibérica también fue un calificativo utilizado. Algunos autores las mencionan (Villard 1960; Benoit 1965; Aranegui 1975) pero se centran más en su tecnología que en su tipología. Sus pastas son de muy buena calidad, compacta, fina y depurada, presentando cocciones más homogéneas en comparación con las llamadas grises indígenas. Su superficie es brillante y pulimentada, aunque en otros casos sea tratada superficialmente con un tipo de engobe negruzco variando el color de su superficie del gris claro casi blanquecino al gris-negro. Decorada con motivos de ondas, acanaladuras y surcos. Para Almagro Basch (1949), que utiliza el término ampuritana de manera indistinta, esta cerámica decorada sería el precedente de la lisa. Se da sólo en NE peninsular y SE francés, entre el VII y finales del VI o inicios del V a.C.
4.- Cerámica gris ampuritana. Como vimos, en el caso español, son la evolución local de las primeras cerámicas grises de Asia Menor. Sistematizadas también por Almagro Basch (1949b: 62-122), existe cierta confusión terminológica pues son también llamadas de inicio grises focenses, pero N. Lamboglia (1953) abogaba por llamarlas massaliotas. Este autor no pensaba que todas hubieran salido de talleres marselleses, pero prefería este calificativo al ser ese enclave la metrópoli de las restantes colonias, incluida Emporion (Rísquez 1992: 23). Esta disparidad de criterios suscitó cierta polémica entre Almagro y Lamboglia. Años después, E. Cuadrado, quiso superar el debate terminológico proponiendo el nombre de «cerámicas del golfo de León» (Lyon en francés, aunque lo castellaniza), que pasó prácticamente inadvertido, como recuerda Hornero del Castillo (1990: 173). La técnica de fabricación empleada procedería de la Jonia y desde allí se exportó a Massaliay Emporion. Desde muy temprano fueron del gusto de los indígenas y fueron imitadas en estos centros por los artesanos orientales (Vallejo 2005: 1151). Su apogeo se da entre los siglos V y IV a.C. (Almagro Basch 1949a: 382-384). Este autor expone que la gris de Asia Menor se imitarían primero en Massalia y luego sucedería algo semejante en Emporion, y no sería hasta el siglo III a.C. cuando los alfareros íberos la fabricarían, pudiendo llamarlas «ibéricas grises»- IBG-, que son de peor factura que las ampuritanas, pues estas estaban realizadas por alfares griegos occidentales, tecnológicamente superiores a los indígenas. Al comprobarse este aspecto, puntualiza, además, que los vasos más finos - a menudo clasificados como cerámica gris de la costa catalana o IBG - en realidad serían ampuritanas (Ibidem: 382-383). No obstante, Almagro Gorbea (1969: 128), corregiría después la datación de su padre, abogando por situar en el siglo V a.C. el inicio de las imitaciones locales de gris ampuritana. Además de por sus pastas de buena calidad, destacan por su vistosidad, porque en numerosas ocasiones están decoradas con las mencionadas ondas a peine.
Tras el trabajo de Aranegui (1985), basado en las jarritas, el estudio de este tipo de cerámicas grises entra en clara recesión y tal nomenclatura va desapareciendo de las bibliografías, aunque todavía en los noventa se utiliza. Es más, en el primer intento de clarificación tipológica que realiza C. Mata (1991), para explicar las diferencias entre las cerámicas grises levantinas más antiguas procedentes de las tradiciones bien griega o semítica, incluso utiliza el calificativo de cerámica gris ampuritana diferenciándolo de la cerámica gris que denomina ibicenca.
5.- Cerámica gris occidental. Calificativo aplicado por M. Pellicer (1962a: 52). En su tesis doctoral denomina así a las cerámicas ibéricas a torno grises del Valle del Ebro. Las emparentó con las cerámicas griegas que fueron imitadas por los indígenas. Prefiere esta denominación global pues los calificativos de cerámica gris de la costa catalana no definen adecuadamente las cerámicas que él estudia.
6.- Cerámica gris con pintura blanca indiketa. Fue dada a conocer por M. Oliva (1962: 315), caracterizada como un tipo diferenciado y estudiada posteriormente por E. Kukahn (1963: 353), M. A. Martín (1978: 145-170) y A. Pujol en su tesis doctoral (1988-1989) entre otros autores. Es una producción característica de un alfar determinado o de un reducido grupo de ellos. Se tiene constancia de su presencia en origen en la zona de Ullastret (Girona), encontrándose por todo el sur de Francia y Cataluña. Para Maluquer de Motes (1989: 13), no cabe duda de que sería una evolución indígena de la cerámica gris focea, comenzándose a fabricar en el V a.C., a pesar de que años antes (1971: 17), aboga por equiparar estas cerámicas con las latenienses por su repertorio decorativo.
Para Oliva (1961) es una cerámica fabricada entre el V y el IV a.C. en el Rosellón y en Cataluña. Martín (1978: 145-170), realiza un estudio más amplio y sistemático tratando aspectos como su historiografía, origen, cronología y repertorio formal y decorativo. Las data entre la segunda mitad del siglo V perdurando hasta bien entrado el siglo III a.C. Aduce que por sus motivos decorativos deben estar emparentadas con las cerámicas grises griegas, aunque algunas de sus formas reproducen modelos indígenas anteriores. Determina al menos diez formas diferenciadas predominando los jarrones y jarras bitroncocónicas (cuatro formas), las urnas ovoides o bitroncocónicas (cuatro formas), cuencos y páteras o escudillas. Suelen estar decoradas con motivos geométricos (líneas horizontales o verticales, líneas onduladas, espirales, triángulos o incluso espinas de pez) pero tan bien se han registrado motivos figurativos sobre todo vegetales (flores de hiedra, grandas entre otros), siempre utilizando la pintura blanca.
Pujol (1989: 370) concluye, resumiendo el bagaje investigador anterior, que son cerámicas que enlazan con las artesanías jonias de mediados del VI a.C. según sus decoraciones, no por sus formas. Se detectan ya como fabricaciones locales, en alfares domésticos, en niveles de finales del VI a.C. de Ullastret. En momentos posteriores, siglo IV a.C., admite ciertas influencias de motivos decorativos propios de La Tène (Ibidem: 170). En esta valoración se aprecia la influencia de J. Maluquer de Motes, vocal en la defensa de su tesis doctoral y prologuista de la publicación de sus estudios sobre las comarcas gerundenses en época ibérica. De manera excepcional se han hallado en otras localizaciones como en el yacimiento de Cabezo Lucero, en Guardamar del Segura, Murcia (Aranegui et al. 1993: 100-101).
7.- Cerámicas gris antigua. Definida por Aranegui (1975: 334) y Roos (1982: 43-70), es una denominación que va sustituyendo a la de gris ampuritana pues se comprueba que no todos los tipos de cerámicas grises a torno peninsulares proceden de la influencia griega. Aparece en ambientes del Bronce Final y el comienzo de la Edad del Hierro, bien fabricadas, de color grisáceo y superficie alisada y con unas formas características que pudieron ser influencia de las cerámicas de las primeras importaciones bien griegas o fenicias dependiendo del territorio. Cuando se empieza a usar esta denominación, se aduce que constituyen el precedente de las IBG: serían el paso previo a la imitación de las cerámicas que los comerciantes fenicios y griegos empezaban a intercambiar. Muchas de ellas continúan utilizando las formas indígenas antiguas como es el caso de las vasijas de boca ancha, reductoras y bruñidas, con pastas casi negras y muy poco homogéneas en su cocción. La presencia de esta gris antigua en muchos sitios de Francia esta atestiguada y es tomada como prueba de los contactos comerciales de los foceos o massalios con los indígenas (Benoit 1965: 10).
8.- Cerámica gris monocroma de la Península Ibérica. Es el primer calificativo aplicado a las imitaciones indígenas a torno de las cerámicas ampuritanas o fenicias. Es equivalente a la acepción «cerámica íbera gris a torno» y su precedente, según los datos de la época, sería la gris antigua (Aranegui 1975: 333-379). La gris monocroma no suele estar decorada y se diferencian esencialmente en la ausencia de acanaladuras a peine, decoración típica de las ampuritanas. Aunque ya se había utilizado para el caso francés, como vimos en el caso o acepción nº 1, a partir del estudio ya citado de C. Aranegui (1975: 333-379), el término se utiliza en un mayor número de publicaciones peninsulares. Desarrollando su publicación de 1969, seis años después se establecen de manera clara cuatro grandes zonas –Francia meridional, Cataluña, Valencia y Andalucía– como focos en los que sus cerámicas a torno reductoras presentan contrastes. Es el paso previo para conferirle a los fenicios protagonismo como difusores de este tipo cerámico, para la zona sur de la península, siguiendo con la tesis focea para el resto de los ámbitos, pues se especifica que las cerámicas francesas, catalanas y valencianas tienen muchas características comunes entre ellas, pero se diferencian de las andaluzas, sobre todo en lo que atañe a la cronología y a las formas. Estos planteamientos fueron comprobados por Belén (1976) y Roos (1982), entre otros. Para Aranegui (1975: 333) es un elemento característico de las primeras fases del torno, introduciéndose en primer lugar en ambientes tartésicos u orientalizantes, en el primer caso gracias a los fenicios, llegando después las de filiación griega. Es una cerámica de amplia representación sobre todo en Cataluña, con una dilatada pervivencia temporal. A pesar de predefinir las áreas en las que se aprecian diferencias formales, a todas se les confiere el calificativo de grises monocromas, incluyéndose las orientalizantes y las grises de la costa catalana que se equiparan a las monocromas, diferenciándose tan solo por su área de dispersión.
9-. Cerámica gris orientalizante. Es una nomenclatura en uso –y en auge– que define preferentemente a las cerámicas grises a torno bien fenicias, tartesias o las elaboradas por poblaciones autóctonas en los momentos iniciales de los fenómenos de aculturación, finales del siglo VIII-VII a.C. –dependiendo de las teorías– para diferenciarlas de las propiamente íberas que aparecen en el siglo VI-V a.C.
A partir de los años setenta del pasado siglo, en diversos estudios como los de Pellicer (1962b) en el Cerro de S. Cristóbal y en su necrópolis Laurita (Almuñécar, Granada), se prestó atención a las cerámicas grises a torno al comprobarse notables diferencias formales respecto a las producciones catalanas o valencianas.
Maluquer de Motes (1969: 241-250) y Almagro Gorbea (1969: 127) exponen por primera vez de manera clara que las cerámicas grises protohistóricas peninsulares proceden de dos focos, uno púnico y otro griego, pero siempre teniendo en cuenta que ambas producciones, tendrían su origen en Asia Menor. Observan una mayor calidad en el tratamiento de la superficie y en las pastas en el primer caso. Las de corte púnico, de formas diferentes y peor calidad, aparecerían en diversos yacimientos desde el siglo VI a.C., encontrándose desde Ibiza, hasta Portugal, pasando por el atlántico andaluz. Pronto serían imitadas por alfareros indígenas, lo que a su juicio explica su presencia en Cástulo, la meseta sur y Extremadura, aspecto interesante que explica que junto con la innovación del torno aparezca al unísono la novedad de las cerámicas reductoras a torno, bruñidas o alisadas. Los ejemplos encontrados en las necrópolis de las Madrigueras y Buenache de Alarcón (Cuenca), llegarían del sudeste de la meseta sur al haberse hallado numerosas piezas de este tipo en el Llano de la Consolación y la Hoya de Santa Ana, Albacete, según el autor del estudio (Ibidem: 129 y 130).
Por lo demás, no se incide en el repertorio tipológico ni se ahonda en su caracterización. Aranegui (1969: 113-131 y 1975: 333-379) independientemente del nombre que diera a las producciones en su momento, marca las cuatro zonas geográficas de aparición de cerámica gris a torno, a las que ya nos referimos, confiriendo el protagonismo a los fenicios de la fabricación de las grises de la zona oriental andaluza. Es un tipo de cerámica que ha suscitado un mayor interés que algunas de las ya desarrolladas precisamente por ser un buen objeto de estudio para la determinación del influjo fenicio en el sur peninsular. Así, se le han dedicado estudios monográficos amplios destacando el de Belén (1976: 353-388) que ratifica la personalidad propia de las cerámicas del atlántico andaluz y establece el primer catálogo de formas. Se centra en la tipología de platos y concluye que esas formas tienen relación directa con la presencia de los fenicios. Más recientemente ha continuado esta línea con estudios centrados en ámbitos más restringidos (Belén y Román 2011: 17-38).
Estudia materiales onubenses de los siglos VII a VI a.C., aunque muchos de los fragmentos se hallaron fuera de contexto estratigráfico. Se centra en los platos y establece la existencia de seis tipos de platos, siendo los tipos I a IV de casquete esférico, aunque diferentes según la presencia de carena y según su base y los tipos V y VI platos con ala y con arandela. Poco después esta tipología se amplía con la publicación de nuevas formas (Belén et al.1977) aunque éstas no se analizan de manera tan sistemática, como subraya Rísquez (1992: 41-42).
Esta problemática fue tratada también por Roos (1982: 43-70), aportando una secuenciación cronológica de la aparición de lo que denomina antigua cerámica gris a torno (término que según se desprende de su estudio, en este caso, es equivalente a gris orientalizante). Entre mediados del siglo VIII y mediados del VII a.C. estaría presente en toda Andalucía, sur de Portugal y Extremadura. A finales del V y principios del IV a.C. se dispersaría por el levante y el sudeste meseteño en este caso gracias a influjos griegos, al igual que la cerámica de la costa catalana gris a torno, detectada en el VI a.C. Demuestra así la mayor antigüedad de las producciones fenicias (Igualmente establece la existencia de al menos dieciocho formas con predominio absoluto de recipientes abiertos, siendo la mayoría platos, cuencos o escudillas, tinajillas o carretes.
Más reciente es la tipología de Caro (1989), en uso actualmente, que bajo el revelador nombre de cerámica gris a torno tartesia, define un total de veinte formas. Apunta lo significativo que resulta la poca atención prestada a las cerámicas grises orientalizantes, teniendo en cuenta que estaba generalizada en el siglo VII a.C. y que es la producción a torno más antigua de los alfares tartésicos (Caro 1989: 13). Se desarrollan desde este siglo hasta el VI a.C. y en su origen confluyen dos tradiciones diferentes: la indígena del bronce final que se sistematiza en los acabados y algunas formas y la colonial, que atañe a la tecnología y a otro grupo de tipos formales. Esta vajilla de mesa sustituye a los tipos elaborados a mano. Estima que en realidad la inmensa mayoría de las cerámicas serían indígenas que reproducen modelos orientales que ellos mismos observaban en las cerámicas semíticas de barniz rojo y oxidantes pintadas (Ibidem: 192-193). En este caso, la tesis es contraria a otras interpretaciones abriéndose un debate entre los partidarios y detractores de considerar por un lado a los indígenas como creadores de este tipo cerámico, aun copiando tecnologías orientales o bien considerar en los mismos términos a los fenicios como únicos protagonistas de la creación del nuevo tipo cerámico. Como apunta Sanna (2009: 153-154), los investigadores que excavan o evalúan datos de enclaves indígenas optan por la primera explicación –como el mencionado Caro (1986 y 1989), Torres (2002, 2005) o Vallejo (2016)–; por el contrario, los investigadores que trabajan en yacimientos semíticos abogan por la segunda tesis –caso de Roos (1982); Mancebo (1994) o Vives-Ferrándiz (2005).
Otro paso adelante en el conocimiento de estas cerámicas es el trabajo de Lorrio (1988-1989: 283-314), que independientemente de su reducido ámbito de análisis, constituye un avance interesante al estudiar grises orientalizantes de Medellín (Badajoz), registros, por lo tanto, de fuera del área andaluza. Esta necrópolis, en uso desde el VIII al V a.C., contuvo cerámicas que según este trabajo se dividen en seis grandes grupos: platos, cuencos, copas, urnas, ungüentarios y elementos anulares, con claro predominio de los dos primeros tipos, determinados mediante el estudio de más de dos centenares de cerámicas (Ibidem: 313).
Posteriormente cabe destacar los trabajos ya citados de Mancebo y otros (1992), Mancebo (1994a y b; 1995) centrados en la zona de Sevilla y más recientemente los de Vallejo (1998, 1999a y b; 2016) ya mencionados. Desde un enfoque generalista, analizan no solo producciones andaluzas: integra los hallazgos del sur con los levantinos, extremeños, meseteños e incluso portugueses. Su principal interés se centra en las decoraciones bruñidas de las grises orientalizantes. Generalmente son formas geométricas, más o menos claras, destacando los triángulos bruñidos. Es muy interesante la comparación de formas tipológicas a mano inmediatamente anteriores frente a formas a torno orientalizantes y sobre todo el cotejo de las decoraciones bruñidas de las fabricadas a mano con las a torno (Vallejo 2005: 1156- 1166). A tenor de estas informaciones concluye que esta cerámica es un nexo entre el mundo indígena y colonial pues es uno de los ejemplos más claros de integración de elementos tradicionales y nuevos en los bienes de uso cotidiano de esta sociedad (Ibidem: 1168).
En general, según las tipologías, son frecuentes los platos de borde entrante, platos con inflexión o carena, soportes en forma de carrete y cuencos carenadas con ónfalos en la base, fondos planos macizos o pies indicados, de colores gris oscuro o casi negro. La cocción es bastante homogénea y las pastas son uniformes estando terminadas en su superficie con un bruñido esmerado o aplicándoles un barniz que le da brillo y un tacto jabonoso.
En definitiva, la gris orientalizante es una cerámica reductora que seguramente se ubique en el origen de muchas otras producciones posteriores ya en tiempos íberos. El debate sobre si parten de preceptos originalmente tartesios o fenicios, o si por ejemplo en las costas catalanas empiezan a ser frecuentes debido al influjo griego, hoy en día está más vigente que nunca. Para extender estas ideas remitimos al excelente estudio de Ana Hernández (1993: 39-61). En él se puede seguir la trayectoria y razones para la interpretación de las cerámicas grises orientalizantes más como filiaciones tartesias o fenicias. Lorrio (1988-1989) se postula claramente por la hipótesis de que estas producciones tienen mucho que ver con las influencias fenicias. Sin embargo, Torres Ortiz (2005: 203-205), las convierte en su texto «¿Una colonización tartésica en el interfluvio Tajo-Sado durante la Primera Edad del Hierro?», en una de las principales evidencias de una colonización tartesia a la zona del Tajo y del Sado. Sobre todo, se apoya en la presencia de lo que denomina cerámicas grises con decoración de retícula bruñida interna. No obstante, esa técnica se documenta también por ejemplo en la provincia de Ciudad Real tanto en el cerro de la Bienvenida, (Fernández Ochoa et al. 1994, figs. 72, 77, 71 y 78) como en el Cerro de las Cabezas (Valdepeñas), si bien es cierto que en este enclave hemos denominado esa técnica con el nombre de triángulos internos sobrebruñidos, debido a que tampoco son idénticos a otros motivos y técnicas de acabado que, en algunos casos, se han denominado pseudobruñidas (Pavón, 1998: 137).
A tenor de estas informaciones caben dos posibilidades: que esos triángulos sobrebruñidos sean una evolución local de la retícula bruñida interna o que no tengan nada que ver, aunque las semejanzas sean muchas. Si realmente se determinase a partir de un estudio más pormenorizado que sí que están emparentados, la relación de esta técnica decorativa con una expansión tartesia hasta el interfluvio del Tajo y el Sado, debería ser avalada por informaciones más variadas. Queremos dejar claro que el estudio respecto a la extensión tartesia al Sado no está solamente apuntalado en estas cerámicas, se añaden otras evidencias fundamentadas que se deben valorar, aunque no entran en el cometido del presente trabajo.
Haciendo un análisis pormenorizado del trabajo de A. Hernández (1993: 39-61) ya mencionado, planteamos una nueva posibilidad: si algo ha quedado claro a partir de estas líneas y de este estudio historiográfico es que bajo la aparente uniformidad de esta anodina cerámica quizá haya más variedad de lo que podríamos pensar. Por desgracia, parece que solamente nos fijamos en que está facturada a torno, es gris y se ha cocido mediante la reducción. Por el contrario, quizá lo que realmente sucede es que algunas formas de lo que luego se denominará cerámica íbera gris proceden de la conjunción de tradiciones indígenas y fenicias y otras formas sin embargo se derivan de la unión de tradiciones indígenas en general y de la zona tartesia en particular. Así se podría explicar las variantes regionales. Parece claro que platos, que van desengrosando su borde conforme vamos avanzado desde el período orientalizante a otras realidades híbridas posteriores, quizá se podría relacionar más con el mundo tartesio, pero sin embargo otras formas, jarros, tinajillas cuyo cuello y boca se van ampliando en contraposición de formas más antiguas en las que predominan los estrangulamientos en el cuerpo superior de la cerámica, han de tener más que ver con el mundo fenicio, por poner solamente dos ejemplos. Quizá una relectura de las publicaciones de Caro (1986, 1989), podría arrojar más luz respecto a estos aspectos que aquí simplemente queremos esbozar.
Por el momento las líneas más sugestivas de análisis proceden del ámbito portugués. Arruda, Teixeira y Vallejo (2000: 49), en un estudio sobre cerámicas de esta cronología en Lisboa, aportan, a nuestro juicio, algunas de las directrices clave para orientar esta cuestión. Dicen: «Esta homogeneidad, evidenciada por la presencia, (de estas cerámicas) en todas las regiones mencionadas (…), no significa, sin embargo, que la morfología de algunas vasijas cerámicas grises no defina áreas con características productivas eminentemente regionales. La citada homogeneidad puede considerarse consecuencia directa del contacto del sur peninsular con los fenicios occidentales instalados en la zona del Estrecho de Gibraltar, a principios del I milenio A.C.».
Para la zona del estuario del Tajo, estas ideas han sido recientemente actualizadas por E. de Sousa (2021: 127-167). A partir de un exhaustivo estudio del repertorio cerámico reductor de más de una veintena de yacimientos, cuyas cronologías van desde finales del siglo VIII al III a.C., concluye que la emergencia de la cerámica gris en la zona está asociada de manera inequívoca con la instalación de poblaciones fenicias a partir de finales del siglo VIII a.C. Estos postulados entroncan y se relacionan con las conclusiones de otras investigaciones elaboradas realizando un análisis más pormenorizado a partir del estudio de solamente dos yacimientos. Nos referimos al trabajo de C. Sanna (2015) puesto que estimamos que puede aportar todavía más matices a este tema. No es un estudio amplio en el que el gran número de registros quizá no llevase a perdernos en la inmensidad de la variabilidad cerámica. Es un estudio referido solamente a dos yacimientos, Ronda la Vieja (Acinipo, Málaga) y El Cerro de los Infantes (Pinos Puente, Granada) y que llega a interesantes conclusiones. Tras un análisis macro y microscópico de las piezas cerámicas ha determinado que su fabricación corre a cargo de dos sistemas productivos diferenciados, el doméstico y el artesanal.
En el caso de la vajilla de mesa de los dos enclaves analizados se evidencia que en el siglo VIII a.C. coexistieron formas de la tradición local, otras de morfología foránea y unas terceras que pueden considerarse nuevas. Concluye que cada uno de los lugares tiene pautas artesanales diversas y ello lleva a que la adopción de los nuevos modelos sea de inicio diferencial. Es decir, están reproduciendo piezas a partir de dos tradiciones alfareras locales, ambas propias del Bronce Final y se evidencia que son claramente diferenciables. Si que es cierto que en ambos yacimientos se observa que la producción doméstica de cerámica va girando en estos dos siglos entre lo conservador y lo innovador, pues continúan reproduciendo hasta el final del periodo estudiado prácticamente toda la vajilla de mesa de la etapa anterior, manteniendo el predominio del bruñido entre las técnicas de acabado, mientras que al mismo tiempo van introduciendo nuevas metodologías, el torneado, y nuevas formas, los platos cuyos bordes se van afinando y estandarizando, dejando atrás una gran diversidad en el caso de los bordes, también de las bases, hecho que caracterizaba las manufacturas modeladas antes del contacto con los fenicios.
Ello nos lleva a exponer, siguiendo a Sanna (2015: 581-583), que la vinculación entre la cerámica reductora a mano y la naciente cerámica de cocción reductora a torno no es sólo formal, sino también –y, sobre todo– cultural y así se entiende perfectamente como la cerámica gris se inserta en este panorama de interacciones culturales.
Y así, en definitiva, exponemos que si en el estudio de solamente dos yacimientos se ha podido comprobar una diversidad en la base de la alfarería tradicional sobre la cual se va a erigir la creación de los nuevos repertorios cerámicos, en todo el conjunto de la península que pudiera estar afectado por estos fenómenos puede resultar bastante complicado aportar una teoría general y unificadora de cómo cada comunidad indígena dentro de su poblado o dentro de su región podría haber asimilado los nuevos conceptos.
Ello nos lleva a otras interpretaciones también fundamentadas que afirman, y seguramente con razón que «esta heterogeneidad formal y los problemas de lectura son, en cierta forma, reflejo de una dificultad generalizada en relación al análisis del grupo denominado «grises orientalizantes», que en realidad es actualmente una especie de cajón de sastre en el cual se han insertado producciones de diversa naturaleza y origen, tanto geográfico como tecnológico o cultural, sin llegar a confirmar un cuerpo verdaderamente coherente» (Gutiérrez-López et al. 2020: 1293).
10.- Cerámica gris estampillada. Definida por M. Cura (1971: 47-60 y 1975: 173-179), a partir de los hallazgos en una veintena de yacimientos catalanes de las cuencas del Llobregat-Cardener. Este autor especifica claramente que da noticia de «un nuevo tipo de cerámica, correspondiente al momento prerromano» (Cura 1975: 173). Tras detallar la relación de enclaves de los cuales proceden las muestras, no se realiza una conclusión que detalle las verdaderas diferencias entre estas cerámicas y el resto de las IBG decoradas igualmente con motivos estampillados. Con los datos actuales y a tenor de la información aportada en estos artículos, concluimos que este tipo cerámico sería IBG estampilladas, idénticas a las aparecidas en otras zonas peninsulares.
11.- Cerámica gris bruñida republicada. Es la variante caracterizada de manera más reciente. Adroher y Caballero (2008: 319-329; 2010: 23-36), han definido para la zona bastetana esta nueva clase de cerámica gris datada entre la mitad del siglo II e inicios del I a.C., habiendo sido halladas las más antiguas en el cerro de la Cruz de Almedinilla (Córdoba) (Adroher 2014: 287), aunque desde que se dieron a conocer ya se han ido registrando en otros lugares como por ejemplo Jaén (Ruiz y Peinado 2012: 121-136; Barba et al. 2014: 19-34), por poner solamente un caso. Son cerámicas bien bruñidas a las que se les aplica un barniz negruzco con el objetivo de imitar el tratamiento de superficie de las cerámicas campanienses. La utilización de un barniz para imitar de la manera más fiel posible a las especies itálicas es un aspecto de notable importancia, dando como resultado unas producciones a medio camino entre las cerámicas genuinamente íberas y las romanas republicanas.
Su nomenclatura deriva del tratamiento de superficie que se les aplicó, es decir, un intenso bruñido que les confería un brillo intenso, en un intento por asimilarlas a las cerámicas campanienses, tanto del tipo como A como del B. Puesto que se asume que el alfarero íbero tiene la capacidad de copiar tanto la forma de las piezas campanienses como su barniz, la interpelación se centra en conocer el motivo por el cual no aplicaban tal barniz. Según Adroher y Caballero (2008: 327), es una cuestión de tiempo: el que les faltaba precisamente, al ser artesanos itinerantes. Es más, se especula con que esas producciones no fueran destinadas ni siquiera a los íberos sino a los militares romanos. Debido a ello, si estimamos que estas piezas reductoras a torno bruñidas eran fabricadas de manera rápida por parte de artesanos nómadas, apelativo que les aplican los autores del estudio mencionado (aunque en mi opinión, para los artesanos el concepto de ambulante es más preciso), debemos asumir que las IBG barnizadas que imitan modelos campanienses halladas en La Bienvenida, Alhambra o Villanueva de la Fuente (Rodríguez 2012: 823), debieron ser realizadas por alfareros que, si disponían de tiempo, es decir, asentados permanentemente en estos lugares. Por nuestra parte, argüimos que tales producciones sí que estaban también destinadas a los indígenas, como parece desprenderse de su utilización en necrópolis como la del Camino del Matadero, Alhambra (Ibidem).
4. CONCLUSIÓN: DEFINICIÓN DE LA CERÁMICA GRIS A TORNO ÍBERA
Dejando atrás el debate de las «otras grises más antiguas», en el caso de las alfarerías íberas, la definición de la cerámica IBG es relativamente sencilla: es la realizada en los talleres propios de dicha cultura y se fabrica desde finales del VI-V hasta el I a.C., dependiendo de la zona. Se caracteriza por su realización a torno, en horno que impida la circulación de oxígeno y que por lo tanto dé como resultado pastas reductoras, oscuras en mayor o menor medida. Son pastas bien depuradas en las que predominan los desgrasantes o chamota muy fina o medianamente fina.
Independientemente de la discusión sobre su origen, si nace siendo más deudora del influjo fenicio o griego o es solo una evolución autóctona de su alfarería, adoptando innovaciones como el torno, suele presentarse sin decorar en la mayoría de los casos y con pastas alisadas por diversos tratamientos, desde el bruñido, el espatulado o incluso el engobado. La técnica de elaboración era tradicional, basada en precedentes preibéricos anteriores y se caracterizó más por su conservadurismo que por su evolución formal, independientemente de la adopción de convenientes innovaciones como el torno, en opinión de Olmos (1991: 228).
Es un tipo alfarero recurrente por la amplitud de su representación, apareciendo en la práctica totalidad de yacimientos, contextos y ámbitos territoriales. No obstante, ha sido escasamente tratado, como hemos comprobado, con relación al resto de la cultura material de esta cultura. De inicio se les consideró mera evolución de la cerámica gris antigua directamente emparentada con la tradición griega (Aranegui 1975: 334-334), pero pronto se constató que, en su origen, era necesario evaluar otros elementos que ayudaron a su configuración, como las aportaciones semitas o la pervivencia de elementos indígenas de momentos precedentes (Belén 1976: 366).
Actualmente, apenas hay estudios que traten el controvertido tema de sus orígenes. Esa línea de investigación quedó interrumpida y se ha aceptado unánimemente que los íberos conocieron dos tipos de producciones reductoras a torno:
1. Por un lado, las foráneas, que exportaron o fabricaron directamente los comerciantes y artesanos fenicios (a partir del VIII a.C.) y griegos (inicios del VI a.C.), y que introdujeron o fabricaron prioritariamente a través –o en– sus primeras áreas de influencia peninsulares, el hinterland tartesio, para el primer caso, y la zona ampuritana, para el segundo. Ambos tipos se distinguen bien, sino en su tecnología, si en sus características técnicas y formales –decoración y formas habituales-, dispersión territorial y sobre todo cronología.
Entre los siglos VIII a.C. al VI a.C. las grises foráneas fenicias son muy corrientes en yacimientos del mediodía peninsular y todavía no hay acuerdo en fijar el momento en el que los indígenas comienzan a imitarlas y sobre todo en la repercusión de tal acción, aunque se ha propuesto la fecha del 750 a.C. (Caro 1989: 192). Es decir, en qué momento han variado tanto la forma de ejecutar ese tipo cerámico para que podamos hablar de una nueva tipología, la gris orientalizante, ya definida en líneas anteriores y que se reconoce bien por sus bruñidos geométricos y porque muchas de sus formas son una evolución de las utilizadas en el Bronce Final, sin entrar en si tienen más de fenicias que de autóctonas o viceversa. Estuvieron vigentes hasta el V a.C. extendiéndose desde el sur hacia Extremadura, Valencia y la Meseta, pero sus perduraciones fueron amplísimas, encontrando ejemplares en uso hasta el cambio de Era (Aranegui 1969: 131; Sánchez Gómez 2002: 108).
A partir del VI a.C. bien traídas desde Focea, Massalia o fabricadas por los griegos en Ampurias, se dispersan por la costa catalana y valenciana un tipo cerámico similar en su tecnología al anterior pero reconocible por sus formas típicamente griegas y sus decoraciones incisas de líneas onduladas. Desde muy temprano serían copiadas en alfares indígenas y en muchos casos variarían sustancialmente, perdiendo su tipo de decoración característico y adoptando otros, como la pintura blanca.
2. Todo ello confluye, en la distinción de la categoría cerámica gris a torno íbera, producción netamente indígena. Surgen por la confluencia de los influjos descritos y la tradición alfarera anterior. Con diferencias regionales, en general son muy homogéneas y son un elemento característico de todas estas poblaciones (Ibidem: 108-109). No suelen ser muy abundantes en comparación con los restantes tipos –exceptuando ciertas zonas catalanas– y su propia generalidad es uno de los elementos que impiden una caracterización más exacta.
En definitiva, tras esta definición del objeto de estudio, concluimos que da la sensación de que al ser cerámicas tan comunes en múltiples yacimientos y en todo tipo de contextos, junto con su limitado repertorio formal hace que aquellos que decidieron emprender algún estudio centrado en las IBG, pronto desistieran. Así, la gran multiplicidad que demuestra en cuanto a dispersión y cronología complica su estudio y crea confusión a la hora de tratar de esclarecer su origen y evolución, como expone Sánchez Gómez (2002: 106). La cuestión de su procedencia y la dificultad de discernir de dónde proceden sus formas, tan usuales y con paralelos infinitos, es otro de los problemas importantes. A ello unimos que uno de los principales inconvenientes para su sistematización es la amplia pervivencia e invariabilidad de sus formas. Las formas conocidas apenas evolucionan durante todo su período de vigencia –estimando la gris orientalizante, estamos hablando de un arco temporal de ocho siglos– aunque algunos datos indiquen que los platos a partir de la plena conquista romana son sustituidos por formas campanienses y/o cerámicas romanas que se apropian de las funciones de la IBG como vajilla de mesa (Belén 1976: 371-372).
Por ello no hemos de extrañarnos si en el 90% de las publicaciones, memorias o informes de intervenciones arqueológicas apenas se mencionan, llegando a proponerlas como cerámicas marginadas (Vallejo 1998: 1). Si acaso, se tratan como categoría en las tablas e inventarios finales, que, por cierto, eran muy usuales hasta el cambio de siglo y prácticamente han desaparecido.
Sin embargo, esta problemática podría haber afectado a los restantes tipos finos íberos y no ha sido así. Son igualmente formas que perduran en el tiempo, con mayor variabilidad formal y estética lo que incluso podría haber complicado su estudio. Creemos que la explicación dimana de varios principios. Respecto a la IBC, el haber sido desde el siglo XIX la concreción material, junto a la estatuaria, de la existencia de un pueblo que genuinamente peninsular, floreció gracias a la aportación sobre todo de los griegos, civilizadores de occidente, hizo que su sistematización fuera prioritaria. Estos príncipes de occidente y sus cerámicas oxidantes fueron el eje de los debates de los más prolíficos investigadores durante más un siglo. Sus cerámicas fueron el principal foco de atención para conocer su origen, sus influencias, su grado de progreso tecnológico e incluso su expansión. De otro lado, a partir del reconocimiento de las influencias semíticas, antes menospreciadas más por conveniencia ideológica que científica, sitúo a otro de los tipos, las IBR, en el punto de mira, contrapuesto a las corrientes filo-helénicas. Todo ello relegó al tipo de cerámica más extraña a un segundo plano y con las someras explicaciones, igualmente situando al elemento griego como protagonista, de Almagro Basch (1949a y b), vigentes durante décadas, parecía no necesitarse de más. Los problemas descritos hicieron que muchos investigadores intentaran abordar la sistematización de nuestro objeto de estudio, pero tarde o temprano desistieron y reorientaron sus líneas de trabajo. Todo ello se refleja de manera clara en el tratamiento de la información y en las descripciones generalistas que se publican, cuando no inexistentes.
En definitiva, el heterogéneo grupo de cerámicas grises viene definido por una serie de características comunes tan amplias que su misma definición expone su propia indeterminación. Todos los especialistas coinciden en que sus atributos comunes son el de ser producciones realizadas a torno, con acabados o tratamientos de superficie generalmente cuidados y fabricadas en hornos que impidan una abundante circulación de oxígeno que imposibilite su oxidación, para así poder conferirles tonos más o menos oscuros, pues van desde el gris ceniza al negro. Serían hornos evolucionados que según algunos autores demuestran la capacidad tecnológica de estas poblaciones (Lorrio 1988-1989: 307). Generalmente, no están decoradas, aunque en otros casos sí, no estando estipulados en el conjunto del territorio peninsular ni los porcentajes en los que esta variabilidad aparece ni el repertorio de recursos estéticos o funcionales utilizado. Tampoco se ha esbozado una posible evolución de tipos, formas, estilos o variedades a lo largo de los diferentes períodos en los que se divide el acontecer de estas poblaciones. No se sabe a ciencia cierta qué formas primigenias serían importadas o imitadas por los alfareros peninsulares. La amplia pervivencia de sus principales tipos, generalmente relacionadas con el servicio de mesa y de servicio de líquidos, es una dificultad más a añadir a la indeterminación de este tipo –o tipos– cerámicos.
Genéricamente, como hemos visto, en numerosos estudios se estima que son producciones que, bajo esas características especificadas, son fabricadas desde inicios del primer milenio a.C. y perduran hasta finales del siglo I a.C., ubicando su presencia en la península a partir de dos focos de origen: el foco fenicio del suroeste –a partir del siglo VIII o finales del VIII a.C.– y el griego foceo de la costa levantina –a partir del VI a.C.– (Ruiz y Molinos 1993: 39; Hevia y Esteban 2001: 83), sin entrar en el debate ya referido de las formas que pudieran haberse derivado de las influencias tartesias.
A pesar de no querer entrar en la discusión que acabamos de mencionar, sí que hay elementos veraces que nos apuntan a interesantes combinaciones de caracteres que nos exponen claramente cómo este tipo cerámico se configuró: por ejemplo, el famoso vaso de los dragones de la Hoya de Santa Ana (Chinchilla, Albacete). Fechado en el siglo V a.C., es una tinajilla del tipo A.II.2.2.2 (Mata y Bonet 1992: 127-128), por tanto, una forma muy típica del repertorio íbero, pero con precedentes en el ámbito fenicio, fabricada en una pasta gris oscura rematada con un cuidado bruñido, cuya decoración es en base a tres grifos impresos que vuelven su cabeza hacía la grupa y tres estampillas de serpientes en la parte inferior. Esta pieza y este programa iconográfico nos da idea de la amplitud de la mezcla entre técnicas ya usadas anteriormente, como intensos bruñidos en pastas oscuras, la creación de nuevas formas a torno íberas, pero con antecedentes semitas y una alegoría a través de la decoración que entronca con múltiples símbolos relacionados con la protección de los difuntos que reúne muchas ideas de las tradiciones mediterráneas en general (Blech y Blech 2003: 245-263).
En conclusión, la cerámica ibérica a torno gris es un tipo de producción caracterizada por haber sido realizada a partir de una cocción en ambiente reductor, en el que se genera abundante monóxido de carbono que junto a la combustión incompleta de la pasta hace que se coloree en tonos oscuros, siempre con un exhaustivo control de la temperatura de cocción. A pesar de que en la mayoría de sus sujetos tienen un relativo y a menudo escaso atractivo estético, estas cerámicas pueden ayudar –toda vez que tras su estudio se pueden aportar datos sobre todas las tradiciones e innovaciones que están en el origen de su fabricación– a profundizar sobre el conocimiento de las características de sus productores. Es una cerámica genuinamente ibérica, sin que por ello haya que negar que en su punto de partida se fusionaron las tradiciones orientales anteriores de la cerámica reductora a torno, sistematizadas de manera más concreta, en las influencias a causa del contacto con fenicios, primero, y griegos después. Además, se ha de tener en cuenta, la propia dinámica interna de las comunidades que la fabricaron –que siempre tuvieron presente su tradición alfarera anterior– tradiciones que confluyeron en la cristalización de una de las manifestaciones de la cultura material ibérica más típica, siendo un elemento que los acompañó desde el inicio hasta el final de su vigencia como cultura, reflejando, además, el devenir histórico de esta sociedad.
Homogéneas y de buena calidad, finas al tacto y bien torneadas, seguramente, no estarían exentas de cierto significado simbólico, como parece desprenderse del gusto de algunos individuos por enterrarse junto a ellas, en ocasiones únicamente eligiendo IBG para todos los elementos cerámicos que componían su ajuar e urna, así como por su mayor representación en los santuarios, gracias al vaso caliciforme y a un mayor número en este tipo de lugares de recipientes de almacenamiento grises, que los que suelen aparecer en otros contextos. Con un alto grado de estandarización –la mayoría de las hornadas estarían compuestas fundamentalmente por platos– fueron uno de los principales elementos cotidianos en tanto en cuanto eran parte fundamental de la vajilla de servicio y consumo de alimentos líquidos y sólidos (Rodríguez 2012: 302).
En definitiva, creemos que a partir de este estudio se han definido de manera más concreta. Por ello, reivindicamos que es necesario aproximarse a la génesis de los estudios sobre cerámica ibérica desde un recorrido historiográfico inicial. Es, en conclusión, un intento de ir más allá de una exposición ordenada de autores, obras e hitos interpretativos. Se ha de prestar atención a cada estudio dentro de su época, con sus limitaciones y condicionantes, obvios dentro del estado incipiente o intermedio de la arqueología como disciplina científica, evaluando las ideas heredadas o puntos de partida sobre los que se sustentaban sus postulados e ir viendo la evolución de la producción científica (Olmos 1997: 24). De esta manera, creemos, que hemos podido avanzar en una definición más ajustada de esta categoría cerámica.
Abstract
Main Text
1. INTRODUCCIÓN: EL VALOR DE LA HISTORIOGRAFÍA A TRAVÉS DE UN CASO PARTICULAR
2. HISTORIOGRAFÍA Y FASES EN EL CONOCIMIENTO DE LA CERÁMICA IBG
2.1. PRIMERA FASE: INTERPRETACIONES HISTORICISTAS-DIFUSIONISTAS
2.1.1. Etapa Anticuarista: 1890-1915
2.1.2. Etapa normativista: 1915-1959
2.1.3. Etapa particularista-historicista completamente desarrollada, 1960-1969
2.2. SEGUNDA FASE: CIENTÍFICA Y AUTONOMISTA
2.2.1. Etapa de transición hacía nuevas interpretaciones, 1969-1975
2.2.2. Primera etapa científica plena, de 1975-1995
2.2.3. Segunda etapa científica plena, mediados de los noventa hasta la actualidad
3. LA DEFINICIÓN DE LO INDEFINIDO: LAS ONCE INTERPRETACIONES DE LAS CERÁMICAS A TORNO GRISES
4. CONCLUSIÓN: DEFINICIÓN DE LA CERÁMICA GRIS A TORNO ÍBERA